«Semillas de esperanza»
El Dios de mi alegría

Autor: Padre Fernando Torre, msps.

 

—Se percibe que el politeísmo, la multiplicidad de dioses, es más partidaria de la felicidad y la alegría que el monoteísmo, las religiones de un solo Dios como el Islam o el catolicismo, ¿es así?

—Estoy convencido de ello. La mayoría de los monoteístas matan la risa, matan el goce, el placer. Es el concepto de que vivimos en un valle de lágrimas; cargan las tintas en esa tristeza de vida y sobre todo en la gravedad que todos debemos manifestar, porque la gravedad para los monoteísmos es signo de inteligencia y sabiduría, y no hay tal[1].

Estos párrafos están extractados de una entrevista que hicieron a Emilio Temprano, autor del libro El arte de la risa (aún no lo he leído). Aunque en otros puntos coincido con las respuestas dadas por el autor, difiero de él en lo que respecta al monoteísmo y la felicidad.

Quien hace la entrevista equipara al Islam con el catolicismo, en cuanto que ambas son religiones monoteístas. Como no puedo dar una respuesta desde el Islam (pues no conozco suficientemente esa religión ni la vivo), trataré de hacerlo desde el catolicismo.

Mis reacciones

Al leer esa respuesta, inmediatamente surgió en mí un sentimiento de indignación: ¡Qué estúpido es quien piense así! ¿A quién se le ocurre pensar que tener una multipli­cidad de dioses —diosecillos—, en lugar de creer en un solo Dios, hace más feliz y más alegre la vida?

Pero mi cólera se transformó en tristeza y dolor. Si el autor afirma eso, se debe a que él así nos percibe. ¿Acaso no es esa la imagen que hemos dado los cristianos?: personas tristes y serias, aburridas y pesimistas; con esa «gravedad» que nos hace comportarnos de manera formal, severa, solemne, pesada, dándonos importancia. Precisamente lo contrario a la sencillez y la alegría del Evangelio.

Por último, me invadió un sentimiento de vergüenza con Dios. ¡Qué pena, Dios mío, que por culpa nuestra algunas personas piensen que Tú eres enemigo de la alegría y el obstáculo para la felicidad!

¿Qué felicidad?

Me parece que en el fondo de la cuestión hay tres errores. El primero es una concepción equivocada de la felicidad.

Muchas veces soñamos con una felicidad ilusoria (“se casaron y vivieron muy felices”), una felicidad sin problemas, sin luchas ni dolor. Esa felicidad no existe. Bueno, sí existe, pero sólo en el cielo («Ya no habrá muerte ni lamento ni llanto ni pena»: Ap 21,4).

La felicidad que podemos disfrutar es frágil, conquis­tada día a día; una felicidad cincelada pacientemente, a base de esfuerzo; una felicidad mezclada con sufrimiento y confrontada por las adversidades.

Soñar con una vida fácil es estar condenados a la frustración. Prepararnos para la lucha es estar en el camino de la felicidad.

La felicidad no es algo externo, algo que nos pueden dar o quitar los demás, las circunstancias o las cosas. Tampoco se equipara a poseer salud, popularidad, belleza, juventud, dinero… La felicidad nace en nuestro corazón; es el gozo interior de ser quienes somos y de anhelar lo que estamos llamados a ser.

No confundamos la felicidad con hacer lo que nos venga en gana. La felicidad brota de realizar lo que nos hace bien, nos ayuda a ser mejores o hace bien a los demás; aunque implique un especial esfuerzo.

¿Qué Dios?

El segundo error proviene de una imagen de Dios distorsionada. Nuestra religión depende del Dios en el que creemos. Y es fácil que nuestra idea de Dios esté deforme: sea por la catequesis que recibimos, sobre todo en la infancia; sea por la imagen que la Iglesia y los cristianos reflejan de Él; sea por nuestros conflictos, pues proyec­tamos sobre Dios nuestros miedos, deseos infantiles y frustraciones.

Dios no es un juguete del que podamos disponer a nuestro antojo. Dios es persona; y nuestra amistad con Él sigue las mismas leyes de toda amistad. Hay momentos de intimidad y momentos de distancia; hay experiencias gozosas y otras dolorosas. En nuestra relación con Dios pasamos por períodos de desconcierto, sufrimiento, duda… pero jamás seremos traicionados por Él, jamás nos abandonará, jamás dejará de amarnos.

¿La imagen que yo tengo de Dios corresponde al verdadero Dios? No nos apresuremos a responder afirmativamente; seamos más humildes. Los fariseos, por estar anclados en su idea de Dios, no aceptaron la revelación que Jesucristo trajo. Es necesario poner a prueba nuestra imagen de Dios: ¿corresponde a la que presentan los evangelios? ¿Mi dios es el Dios de Jesucristo?

El dios que no quiere nuestra alegría, no es el Dios revelado por Jesucristo, sino un tirano hecho por nosotros a la medida de nuestros temores. El Dios que no puede darnos la felicidad que anhelamos, no es el verdadero Dios, sino un ídolo que nosotros hemos creado.

De una imagen de Dios distorsionada no se puede seguir una vida alegre y feliz.

¿Qué religión?

El tercer error consiste en una manera opresora de vivir la religión. Aunque nuestra imagen de Dios corresponda al Dios revelado por Jesucristo, nuestra manera de vivir la religión —no la religión misma— sí puede ser equivocada, escrupulosa, culpígena, ritualista, dañina, legalista, fanática… en definitiva, opresora. En esto, buena parte de culpa la tenemos los sacerdotes y religiosas/os. Recordemos las severas críticas contra la risa, que, en defensa de la religión, hace Jorge, el bibliotecario ciego de la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

Desde luego que no es la única manera de vivir la religión; también podemos vivirla de manera creativa, confiada, sencilla, alegre, festiva, liberadora, construc­tiva… «En Dios se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos» (Sal 33,21).

De una religión opresora no se puede seguir una vida alegre y feliz.

El distintivo del cristiano

La alegría es —debería ser— el distintivo de los cristianos. Una persona triste, pesimista, derrotada, no es cristiana, aunque haya sido bautizada. Sólo es cristiano quien vive, en presente, las actitudes de Jesucristo.

Para el cristiano, es un gozo buscar a Dios («en ti se alegren y regocijen todos los que te buscan»: Sal 70,5), y mayor aún es el gozo de encontrarlo. Buscamos a Dios, no porque tengamos obligación de buscarlo o necesidad fisiológica (alimento) o hábito (alcohol, droga) de estar con Él. Buscamos a Dios, porque nos sentimos amados por Él, porque lo amamos, porque anhelamos el gozo de estar con Él y disfrutar de su presencia: «Para mí, lo mejor es estar junto a Dios» (Sal 73,28).

Dios no es un dogma de fe; Dios es persona —o mejor, tres personas—. Entramos en contacto con Él con todo nuestro ser. El encuentro con Dios es fuente de alegría, es una experiencia gozosa que afecta todas las dimensiones de nuestra persona, incluidas nuestra afectividad y sensibilidad: «mi corazón y mi carne gritan de alegría por el Dios vivo» (Sal 84,3).

Dios es bueno, poderoso, eterno… Pero, sobre todo, Dios es sabroso. El Espíritu Santo, por el don de sabiduría, nos hace saborear a Dios. El salmista nos invita: «Gusten y vean qué bueno es el Señor. ¡Dichoso quien se acoge a Él!» (Sal 34,9).

El gozo de Dios es hacernos felices. Si un esposo busca hacer feliz a su esposa, y un padre busca alegrar a sus hijos, ¡cuánto más Dios! El salmista lo dice así: «más alegría das Tú a mi corazón, que si abundara en trigo y en vino» (Sal 4,8). Y en otro salmo: «El Señor es mi herencia, me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Sal 16,5-6). ¡Me encanta! ¡Me encanta!

Por eso, la sonrisa es —casi— una identificación del cristiano. Es signo de un corazón que se siente contento, satisfecho, amado (por Dios, por los demás, por sí mismo). Quien cree en Jesucristo no puede sino manifestar, con un rostro radiante, unos ojos iluminados y unos labios sonrientes, la alegría de tener tal Dios. Qué afirmación tan cierta: «Feliz el hombre que ha puesto su confianza en el Señor» (Sal 40,5).

Además de la sonrisa (fruto del corazón), el cristiano debería saber reír (fruto de la mente). La risa es una terapia. Reír produce un bienestar no sólo psíquico sino también fisiológico. El chiste —ha dicho el P. Marcos Alba en uno de sus cantos— es un detalle que manifiesta la presencia discreta del Espíritu Santo (¡nunca un chiste imaginó tener tal dignidad!). Contar bien un chiste es un apostolado. Tener sentido del humor nos hace tratables. Una persona alegre es una bendición para cualquier grupo, comunidad o familia.

Dios es la causa de mi gozo

Si algunas personas que practican una religión monoteísta, incluido el cristianismo católico, se manifiestan como menos felices o alegres que quienes creen en muchos dioses, no es a causa de Dios o de la religión; se debe a una imagen de Dios distorsionada o a una vivencia opresora de la religión.

El testimonio de muchísimas personas contradice la afirmación de que creer en un solo Dios sea un obstáculo para la alegría y la felicidad. He aquí las palabras de la Virgen María:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! (Lc 1,46-49).

Yo soy cristiano católico; creo en un solo Dios. Desde mi experiencia puedo afirmar que Dios no es enemigo de mi alegría o mi felicidad, sino el fundamento de ellas. Él es «el Dios de mi alegría» (Sal 43,4).


[1] Rubio C: Elogio de la vida alegre. Reforma: El Ángel; 13 feb 2000: 4-5.