«Semillas de esperanza»
La fidelidad creativa del P. Félix de Jesús

Autor: Padre Fernando Torre, msps.

 

“Fidelidad” y “creatividad” son dos términos que, vistos superficialmente, pueden parecer contrarios. Sin embargo, son términos, o mejor dicho, realidades, que mutuamente se enriquecen, pues “fidelidad” no es sinónimo de inmovilismo, ni “creatividad” equivale a cambio irracional.

            Pensemos simplemente en el caso de la fidelidad matrimonial (que obviamente no significa sólo ausencia de relaciones sexuales fuera del matrimonio). Ser fiel implica haber mantenido el («amarte y respetarte») en todas las circunstancias («en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad») y a lo largo del tiempo («todos los días de mi vida»). Esto requiere mucha creatividad.

            No se puede mantener vivo por varios años el amor y el respeto prometidos, si la pareja no va encontrando nuevas formas de relacionarse, ayudarse y expresar el afecto. No es lo mismo tener 3, 15, 30 ó 50 años de casados. «Prometo serte fiel» no quiere decir «nunca me moveré de aquí» sino «caminaré siempre contigo», lo cual requiere cambio y desinstalación. Muchas parejas terminan separándose, porque, por falta de creatividad, han dejado enfriar su amor y viven en un aburrimiento insoportable.

La creatividad de los santos

Mucho se ha hablado de la fidelidad de los santos: hombres y mujeres que mantuvieron hasta el final su propósito de seguir a Jesucristo. Un gran vacío hay respecto de la creatividad de los santos. Y en realidad, si fueron fieles, fue precisamente porque fueron creativos.

            En la exhortación apostólica Vita consecrata, del papa Juan Pablo II, hay un texto que llena con su luz este vacío. Leemos allí:

«Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial»[1].

            El texto no necesita comentarios. Para hacer énfasis, sólo entresaco algunas palabras:

-          reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras;

-          perseverar en el camino de santidad;

-          cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas;

-          en plena docilidad a la inspiración divina.

La búsqueda, una dimensión de la fidelidad

Ser fiel no consiste sólo en hacer la voluntad de Dios. Cuando no sabemos qué quiere Dios, la primera dimensión de la fidelidad es la «ardiente, paciente y generosa búsqueda»[2] de su voluntad.

            Para buscar, tenemos que aceptar perder seguridades, y esto nos aterra: «¿Qué pasará, si dejo este trabajo, y en el otro no encuentro lo que aquí tengo? Mejor aquí me quedo». «No quiero a mi novio, ¿pero, si lo dejo y luego no encuentro otro? Mejor sigo con él».

            Para buscar, debemos aceptar riesgos, estar dispuestos a hacer un esfuerzo mayor del que estamos haciendo y aventurarnos a caminar por terrenos desconocidos. De ordinario la tentación que se nos presenta está reflejada en el refrán: «Más vale malo conocido que bueno por conocer». Pensar así, mata de raíz nuestra creatividad y osadía. Por el contrario, sólo asumiendo el riesgo estoy en posibilidad de encontrar, pues «no puedo conocer lo desconocido, si me aferro a lo conocido»[3].

Buscando un campo de mayor perfección

Enero de 1903. El P. Félix Rougier tiene 43 años. Hace 23 años hizo su promesa de obediencia como religioso Marista, y hace 15 fue ordenado sacerdote. Ha realizado su ministerio sacerdotal dando clases de Sagrada Escritura en Barcelona y como misionero en Colombia. Hace un año llegó a México. Actualmente es superior del Templo del Colegio de Niñas (parroquia francesa). Se habla de que posiblemente será nombrado Provincial.

            Aunque es un buen religioso y un entusiasta sacerdote, el Espíritu Santo le ha hecho experimentar que no puede quedarse estancado y ha sembrado en el corazón de Félix Rougier el deseo de algo más. El padre Félix quiere buscar ese “algo más”, pero no sabe dónde. Entonces comienza una novena pidiendo «que se sirviera la Divina Tercera Persona llamarme a un campo de más perfección»[4]. El P. Félix suplica por algo mejor; no se imagina lo que recibirá, pero está dispuesto a todo. Y el Espíritu toma en serio su petición.

            La docilidad al Espíritu Santo será lo que permita al P. Félix ser, al mismo tiempo, fiel y creativo.

Cambiar para ser fiel

En la vida del P. Félix Rougier hay muchos hechos que hacen patente una fidelidad que implica apertura a la novedad que Dios le va manifestando. Podemos citar algunos:

Ø      su vocación, cuando tenía poco más de 18 años;

Ø      se había preparado para ir de misionero a Oceanía, y sus superiores lo destinaron a dar clases de Sagrada Escritura, en España;

Ø      estaba en Colombia trabajando al frente de dos escuelas; se desató la guerra civil y entonces asumió el ministerio de capellán entre soldados y heridos;

Ø      su paso de la Sociedad de María a los Misioneros del Espíritu Santo;

Ø      la manera como preparó la fundación del Seminario de Montezuma y el desprendimiento que hizo de ese proyecto tan acariciado por él;

Ø      la fundación de tres Congregaciones religiosas femeninas: Hijas del Espíritu Santo, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo y Oblatas de Jesús Sacerdote;

Ø      incluso podemos ver gran apertura y libertad en su itinerario espiritual; en diversas etapas, diversas personas tienen especial relevancia: María, el Espíritu Santo, Jesús sacerdote y víctima, el Divino Padre.

            Quiero detenerme en el paso de la Sociedad de María a los Misioneros del Espíritu Santo, por la importancia que tiene este hecho en la vida del P. Félix y por la luz que puede ofrecernos.

De Marista a Misionero del Espíritu Santo

4 de febrero de 1903. La Sra. Concepción Cabrera de Armida va al templo del Colegio de Niñas. La tarde anterior supo que allí vivía «un Sacerdote, Superior de los P.P. Maristas, de muy buen espíritu»[5]. Ella no conoce el nombre de ese sacerdote. Pide hablar con el superior. Llega al confesonario el P. Félix Rougier.

«Sentí un impulso extraordinario para abrirle mi alma —dice Conchita—, para hablarle de la Cruz, de los encantos del padecer, de los primores del dolor […]. Le hablé de las Obras de la Cruz, y lo sentí enamorarse de ellas […]. Le sentía yo, impresionadísimo… santamente tocado en lo más vivo del corazón»[6].

            Al enterarse de que hay una congregación religiosa femenina que vive la Espiritualidad de la Cruz (las Religiosas de la Cruz, denominadas “Oasis”), pregunta el P. Félix: «¿Hay un Oasis de hombres?» La respuesta de Conchita fue: «No […], pero lo habrá»[7].

            En su autobiografía, el P. Félix escribe: «En esta conversación de dos horas […] por la mañana, mi vida se orientó, aunque vagamente, por la voluntad de Dios, hacia otros horizontes»[8].

            Y en una carta que el P. Félix dirigió a Manuel, su hermano, le confesaba: «Desde los primeros días de febrero de este año se ha verificado en mí un cambio; el porvenir ha tomado otros colores»[9].

            El Jueves Santo de ese año, Conchita le manifiesta que él ha sido escogido por Jesús «para fundar a su tiempo el Oasis de hombres»[10].

            Un año después, el P. Félix va a Francia, para solicitar el permiso de hacer la fundación. Sus superiores le niegan el permiso y lo mandan a Barcelona; allí permanecerá cinco años. Luego es enviado otros cinco años a Saint-Chamond (Francia). Este tiempo el P. Félix lo llama «mi destierro» y lo describe como un «martirio de diez años»[11].

            Pero este tiempo de prueba no hizo sino acrecentar el fuego que el Espíritu Santo había encendido en el corazón del P. Félix. En 1914 regresa a México y va a visitar a Conchita. Ella escribe en su Cuenta de conciencia: «sus primeras palabras fueron éstas después de 10 años y pico: “Soy el mismo para las Obras.”» Luego ella exclama: «¡Bendito sea Dios que le ha dado tan grande fe y perseverancia!»[12].

            El 25 de diciembre de 1914 se realiza la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo. Pero tendrán que pasar otros doce años, hasta el 28 de marzo de 1926, para que el padre Félix pueda formar parte de la Congregación por él fundada.

Yo quiero todo lo que Jesús quiera

Sería estúpido pensar que por el hecho de haber cambiado de Instituto el P. Félix fue infiel a su vocación. No. Más allá de una simple permanencia en una obra está la decisión de cumplir la voluntad de Dios, sea cual fuere, siempre y en todo, cueste lo que cueste.

            Para entender al P. Félix, es necesario conocer su pasión por la obediencia. Él sabía que Dios manifiesta su voluntad no de una vez por todas, sino de manera parcial y progresiva. Él caminó, en la medida en que conoció la voluntad del Padre. Y cambió de Congregación, porque quiso ser fiel a un Dios que le pedía cambiar.

            Escuchemos unas palabras del P. Félix en las que está resumido todo el programa de su vida: «Yo quiero todo lo que Jesús quiera, lo que sea su gusto, su complacencia, su simple deseo, aunque yo me sacrifique hasta la muerte»[13].

            El contexto en que el P. Félix hizo esta declaración es sumamente importante. Él está a punto de partir hacia Francia, para solicitar al Superior General el permiso de hacer la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo. El día anterior a su viaje va a casa de Conchita, para despedirse de ella. El texto citado son «Las últimas palabras del padre Félix al partir».[14] Se trata, por tanto, de un testamento que el P. Félix pronuncia en el momento definitivo de su cambio de horizonte.

            Desde que leí esas palabras, me impresionaron mucho; también le impresionaron a Conchita, por eso las consigna en su Cuenta de conciencia. En esas palabras está la clave de la fidelidad del P. Félix; allí está también el secreto de su creatividad.

            Esta capacidad para hacer la voluntad de Dios, asumiendo todas las consecuencias («aunque yo me sacrifique hasta la muerte»[15]), no debemos verla solamente como un rasgo de la personalidad del P. Félix. Es, sobre todo, un don que el Espíritu Santo le concedió.

Jesús lo ha hecho todo

El padre Félix fue un hombre fiel, que buscó hacer siempre la voluntad del Padre. Vivió libre, con creatividad e iniciativa, porque se arriesgó a confiar plenamente en Dios. No era un miedoso que buscaba seguridades sino un creyente que tuvo la osadía de dejar que Dios inventara su vida.

            Unas palabras del P. Félix, escritas seis meses antes de su muerte, reflejan lo que ha sido su vida:

«Después de haber presidido el nacimiento de nuestra Congregación, en 1914, me he dado cuenta plenamente que N.S. lo ha hecho todo…

            ¡Cuántas veces quise yo ir adelante, y por tal camino que había yo pensado, y Nuestro Señor, por medios apropiados, me detuvo!… ¡Cuántas veces quise ir a la derecha, y N.S. me hizo ir a la izquierda!… ¡Cuántas veces me quise parar, y N.S. me hizo sentir fuerte empuje para ir adelante!… Sí, “Lo demás lo haré Yo”»[16].

La fidelidad, para que no sea simple inmovilismo, necesita ser creativa. La creatividad, para que no degenere en un cambio irracional, debe ser fiel. Sólo el Espíritu Santo puede vencer nuestra rigidez o nuestra inestabilidad, y darnos la gracia de ser fielmente creativos y creativamente fieles, como lo fue el P. Félix de Jesús.