¿Basta con pedir perdón?
P. Fernando Pascual
6-3-2011
Nos duele el mal que hicimos. Por eso pedimos perdón al familiar, al amigo, al compañero de
trabajo, a esa persona a la que ofendimos tanto.
Pedimos también perdón a Dios, porque se interesa por nuestra historia, porque sigue nuestros
pasos, porque somos sus hijos débiles y enfermos.
La petición de perdón, sin embargo, queda coja si la convertimos en una fórmula hueca, en una
especie de rito que repetimos una y otra vez para continuar luego en las mismas actitudes malas, en
los mismos modos de proceder que nos llevaron a ofender a Dios y a los hermanos.
No basta, por lo tanto, con pedir perdón. Hay que dar pasos concretos para abrirnos a la gracia, para
analizar a fondo la propia conciencia, para descubrir qué hemos de cambiar para que sea posible
evitar futuros pecados y ofensas que dañan tantos corazones.
Además, hay que reparar el daño cometido. Si herimos a una persona, si privamos de su buena fama
a un inocente, si robamos un objeto de la oficina, estamos obligados, en justicia, a resarcir por los
males cometidos y a devolver a cada uno aquello que le corresponde.
Igualmente, estamos llamados a poner manos a la obra para huir de ocasiones próximas de pecado,
como repetimos en algunos actos de contrición. Con sencillez y con realismo, hay que apartar
cualquier obstáculo que nos arrastre, poco a poco, hacia el mal.
De ese modo, nuestra petición de perdón iniciará un movimiento eficaz, práctico, que toca las fibras
más concretas de la vida, porque nos aleja del camino del mal y la injusticia, y porque nos introduce
en el camino de la verdad, la honradez y el amor sincero.