2. PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
«En aquel tiempo, llegó Jesús junto al lago y acudió tanta gente que tuvo que
subirse a una barca; se sentó y la gente quedó en la orilla. Les habló muchas
cosas en parábolas: Salió el sembrador a sembrar y, al echarla, parte de la semilla
cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó
en terreno pedregoso, donde apenas había tierra, y, cuando brotó, en seguida que
salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra, cayó entre zarzas, que
crecieron y la ahogaron. Pero el resto cayó en tierra buena y dio fruto, una ciento,
otra sesenta; otra treinta. ¡El que tenga oídos que oiga!» (Mt 13,1-23)
La parábola , perteneciente al género didáctico, es una imagen en
movimiento, que contiene una realidad ulterior; se trata de la expresión simbólica
de una verdad por medio de un relato más o menos real, pero verosímil, tomada de
la naturaleza o de los hábitos humanos. Establece una relación de semejanza entre
la narración y la verdad honda y sublime. Jesús la utiliza porque la analogía
existente, entre la materia y el espíritu, le facilita el conocimiento del mensaje y su
recuerdo; explica las cosas espirituales mediante realidades materiales. Así, la
misericordia de Dios la describe Jesús con la parábola del hijo pródigo. En esta bella
parábola, compara a Dios con el sembrador que arroja su grano en la tierra buena
o entre zarzas, para enseñarnos que el amor del Padre es tan grande, tan gratuito,
que no hace distinción al dar su gracia y sus dones y, expende su semilla a todo
hombre. Con un lenguaje de salvación, muestra la infinita ternura y cuidadosa
solicitud de Dios.
Originariamente, el término "parábola" procede de "mashal" en hebreo, que
significa misterio, sentencia, enigma, proverbio, enseñanza y parábola; esta
diversidad de significados hizo que, al traducirlo, se tomase el de "parábola"; es
mejor escoger “misterio”, pues el texto, en su forma original aramea, se diría: "a
vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera
no se les concede".
En el contexto precedente Mateo resalta la división entre sabios y entendidos
y la gente sencilla; los unos, como adversarios, los otros, como amigos. En ese
contraste, Mateo introduce la parábola: "Jesús comenzó a exponerles muchas cosas
por medio de parábolas". Con lo que se centra más en el método de enseñanza
empleado que en el contenido. La parábola del sembrador termina con un lacónico
"el que tenga oídos que oiga", para indicar que la parábola oculta tanto, como
desvela. Por lo que los discípulos le preguntan: "¿Por qué hablas a la gente por
medio de parábolas?". La respuesta, insiste en diferenciar los dos grupos: “las
parábolas son un medio adecuado para daos a conocer a vosotros los misterios del
Reino”, es decir, a "todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos"
(Mt 12,50), pero, no a aquellos otros que no quieren escuchar ni entender por su
incredulidad, que no tienen disposición ni decisión propicia; por el contrario, los
espíritus abiertos y dóciles serán discretamente introducidos en el conocimiento de
una doctrina profunda, de unos "misterios".
Es Dios quien concede o permite a unos conocer los secretos, a los de
actitud humilde y dispuesta; y, a eso, Mateo da la explicación en consonancia, con
el estilo oral, agresivo e hiriente, frecuente en Jesús: "Al que tiene se le dará más
todavía; al que no tiene se le quitará, hasta lo poco que tiene". En el sentido activo
de "producir", "al que produce se le dará; al que no produce, no". El Evangelio de
Mateo, pues, marca la quiebra del mundo religioso cerrado de los sabios y
entendidos y el surgimiento de una perspectiva abierta y universal, representada
por los discípulos, la familia de Jesús. Hablar en parábolas es un acto de Dios que,
mediante este procedimiento, en razón de las disposiciones hostiles del auditorio,
juzga y condena a los incrédulos. Mateo, que escribe en un momento en que la
Iglesia naciente está preocupada por la incredulidad de Israel, subraya la oposición
entre creyentes y no-creyentes, que es un evidente "secreto" de Dios, un misterio
insondable suyo. Así mismo, Jesús establece una especie de juicio entre creyentes
e incrédulos, pues el no comprender la enseñanza de Cristo, es consecuencia de
disposiciones espirituales insuficientes.
Lo importante y significativo de la parábola está en la recepción: vereda,
pedregal, maleza, terreno fértil. Los tres primeros no tienen productividad. La
esencia estriba en la invitación a ser terreno fértil. No importa la cantidad
producida, sino la fertilidad, la bondad del barbecho mullido, el ser productivo.
Resaltan en el texto, la alegría de que Jesús trae el Reino y la exhortación a
producir.
La enseñanza de la parábola reside en el trabajo del sembrador; labor
ardua, constante, sin medida, sin distinciones, que parece inútil por el momento e
infructuosa; "Aunque a los ojos de los hombres gran parte de su trabajo parece
vano y dirigido al fracaso y las resistencias, Dios hace que de comienzos
desesperados brote el espléndido final que ha prometido" (J. Jeremías-JQ). De
todas formas, la siembra no es tarea calculada, cauta, precavida; el sembrador
lanza la simiente a voleo y sin distinciones. Por eso, dirá Jesús, nadie debe anticipar
el juicio de Dios, ni siquiera el sembrador. La tradición, al añadirle la explicación, se
dirigió a los fieles, instándoles a escuchar y entender la palabra con la disposición
interior de apertura a los valores del Reino y rechazo del incentivo mundano. La
semilla, símbolo de la Palabra, debe crecer y fructificar en abundancia y evitar la
esterilidad y la ineficacia del terreno que, según Mateo, son inconstancia, afanes de
este mundo, seducción de la riqueza, efectos de la actividad sutil del Maligno y
advierte, sobre todo, de los obstáculos que hacen vacilar al oyente y, asimismo, de
los adversarios que luchan contra la Palabra.
El combate de la Palabra y de la incredulidad viene de antiguo y parece que
ha de durar tanto como la historia. Pero la proclamación de la Palabra, en último
término, obtiene el éxito maravilloso, porque el Evangelio, rechazado, perseguido,
combatido ya ha "triunfado". En el seno de un mundo incrédulo, existe hoy una
gran comunidad de discípulos, signo de que la Palabra da sus frutos; en ellos el
"don" se ha mostrado eficaz y se les da más: "A quien tenga se le dará" el
conocimiento supremo: "conocer los misterios del Reino de Dios". Este
conocimiento ilumina toda la vida y hace eficaz la Palabra, que, como el trigo, debe
"morir" para dar fruto (Jn 12,24). Tal conocimiento es un privilegio, hay muchos
hombres que no pueden tenerlo ni oírlo. Aun los Profetas no pudieron, obtener
semejante revelación de los "caminos" de Dios, de los secretos de su Reino.
Puede parecer que Cristo siente un cierto fracaso de su ministerio profético
por la ceguera de los escribas, el entusiasmo superficial de las masas, la
desconfianza de sus parientes y la Pasión y la muerte que se perfila al término de
su misión, esta prueba definitiva dará el verdadero nivel de su fidelidad; sin
embargo, dice Jesús, llegarán los frutos en abundancia, porque el fracaso no es
más que aparente, en el Reino de Dios no existe trabajo inútil, nada se malgasta.
Jesús está rebosante de alegría y de certeza; la hora de Dios llega y, con ella, una
cosecha abundante superior a toda súplica e imaginación.
También la Iglesia actual se pregunta sobre su aparente fracaso y sobre su
creciente disminución en el mundo. Y sabe, que no debe dividir el mundo entre
buenos e impíos, ya que la frontera entre el bien y el mal pasa a través de cada
hombre, de las circunstancias y de la interioridad personales. La única salida que le
queda es asimilarse a Cristo, porque, aunque venció la muerte y fue glorificado, la
Iglesia no se verá exenta de la ley del fracaso y de la significación pascual del
sufrimiento.
"¡Dichosos vosotros! ¡Dichosos vuestros ojos porque han sabido ver y vuestros
oídos, oír"! El tema de la cosecha, imagen de los últimos tiempos, es tradicional en
Israel; lo nuevo es la insistencia en las laboriosas siembras que la preparan. No
importa tanto la semilla, como la manera en que es acogida, la postura que se
toma; interesa el tipo de conversión, convertirse es volverse hacia, el que se
convierte, tiende a, se vuelve hacia Dios y después se comprende. Hay que recibir
al semilla con todo el ser y entregarse a Jesús que proclama la llegada del Reino,
manifestación de la plena cosecha. Sólo entonces se está en disposición de oir y
comprender. Creyente es el que ve y oye a Dios en la vida de cada día, en el centro
de todas las situaciones humanas.
Camilo Valverde Mudarra