“Quién deje casa… por mí y por el Evangelio
recibirá ahora, en este tiempo, cien veces
más” (Mc 10,29-30)
Felipe Santos, SDB
En el Reino no habrá miseria, sino afecto abundante
para todos. Dios es buen pagador. Haz frente al
deseo de acumular con tu vida compartida.
Ligero/a de equipaje, te sigo Jesús.
En mi mochila, tu alegría y un pan para una
eucaristía.
Una joven que quería consagrarse a la vida misionera
preguntaba a su directora espiritual: ¿Por qué en la
promesa de Jesús todo lo que se deja se recupera, menos
el padre? Yo amo profundamente a mi papá, ¿por qué lo
reencontraré todo, incluso cien veces más, menos a mi
papá?
Es verdad. En esta promesa que hace Jesús a quienes se
desprendan de todo, bienes y familia, por el evangelio, todo
se recuperará menos el padre de familia. En realidad se
trataría de una crítica de Jesús a la familia patriarcal de su
época, en la que el padre ejercía un dominio total sobre
todos los miembros de la familia y sobre sus bienes. En la
comunidad de Jesús no puede haber dominación de ningún
tipo. Jesús nos está proponiendo otra manera de
organizarnos: no solamente la familia, sino también la
iglesia y la sociedad, se han de basar en el servicio mutuo
y el amor, y no en la dominación. Nos queda preguntarnos:
¿qué dominio ejercemos sobre los demás o se ejerce sobre
nosotros, que no está de acuerdo con el evangelio de
Jesús? ¿Qué cambios de relaciones personales y
estructurales nos pide este Evangelio?