“Serán los dos una sola carne” (Mc 10,8)
Felipe Santos, SDB
Así es el milagro del amor; no conduce al dominio
sino a la comunión. Ninguna ley humana puede
destruir esta igualdad de hombre y mujer querida
por Dios. Da tu apoyo a las iniciativas que potencien
la igualdad en dignidad de hombre y mujer, la
complementariedad de sus dones para un mundo
mejor.
Mirar juntos la vida, vivirla juntos.
Darse más que dar, día tras día.
Abrazos entrañables, abiertos a la vida.
Gracias, Señor, por tu amor.
Gracias, por cada mujer y cada hombre unidos en el
corazón.
El matrimonio es el sacramento del amor y expresa la
presencia viva de Dios en medio de quienes desean
compartir sus vidas, unificadas por el amor mutuo; tal
relación se fundamenta en el conocimiento profundo mutuo
de las dos personas, en la ruptura de los estrechos límites
del egoísmo para dar paso al compartir, a la amistad, al
afecto, al encuentro íntimo de los cuerpos; por ello Jesús
recuerda a los fariseos el elemento esencial de la unión
matrimonial: Ser una sola carne, un solo ser, una sola
persona. Ser “uno solo” significa que los dos son
responsables de mantener vivo el amor primero; significa
que son iguales, que no hay uno más importante que el
otro, sino que cada uno, con su propia identidad, forma
parte indispensable de este proyecto de amor; por tanto, el
divorcio es la consecuencia de no comprender el sentido
original del matrimonio, de poseer un “corazón de piedra”
incapaz de amar a Dios - quien es el prójimo por
excelencia-; de no abrir el corazón al perdón, a la ternura y
a la misericordia con el otro. Es necesario un “corazón de
carne” para que el amor conyugal sea fuerte e indisoluble.