ALGO MÁS QUE PALABRAS
HAY QUE LLAMAR A LA PAZ, NUNCA LA GUERRA
Hay que llamar a la paz, nunca a la guerra. El ser humano nació para
vivir en la armonía, no en la barbarie que algunos locos pregonan. Uno sólo
puede morir matando en defensa propia, no en amparo del poder ilimitado
para sí. Cualquiera que incite a la ciudadanía, para que se maten unos
contra otros, ha de acorralársele cuanto antes. Nadie es quién para
despreciar la vida de un ser humano, por mucho dominio que ostente. Los
que así actúen, deberán rendir cuentas por su salvajismo, en constante
violación del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos.
No puede sostenerse ningún poder sembrando el miedo, matando a
la gente que se subleva contra los violadores de derechos humanos, contra
poderes corruptos y sembradores de odio y venganza. Para ser un hombre
de Estado, primero debes ser elegido y querido por el pueblo. No le demos
a estos dictadores armas, porque las utilizarán contra la libertad, y nos
estaremos alienando con los bárbaros.
La justicia se defiende con la razón y no con los artefactos. Con la
paz no se pierde nada, sin embargo con la guerra se pierde todo. La
humanidad no ha aprendido aún esta lección de luchas sin sentido, a pesar
de tantas contiendas sembradas a lo largo de nuestra historia. Por otra
parte, conviene transmitirles a los que se aferran rabiosos al poder, que
ningún gobierno es decente cuando ataca a muerte al pueblo al que debe
servir. Un planeta globalizado no puede sustentar por más tiempo , un
abecedario de poder dictatorial, que no es otro que el dominio del más
fuerte y la opresión del débil. Esa es la gran revolución pendiente, que ha
de ser avivada con espíritu de diálogo y comprensión.
Con urgencia el mundo precisa de un poder para los demás, no sobre
los demás, de una autoridad que significa respeto, estima por el ser
humano. Cuando se bombardea a un pueblo desde el aire, en lugar de
escucharlo y servirlo, sus responsables no deben quedar impunes. A la
gente no se le puede silenciar intimidándola, inyectándole el veneno del
pánico en el cuerpo. Además, cuando una ciudadanía toma la palabra
arriesgando sus vidas, pidiendo dignidad y exigiendo independencia, el
mundo democrático desarrollado tiene que mostrar su apoyo, porque la
democracia no es el silencio, sino la participación de ideas, sin exclusión
alguna, puesto que no se trata de vencer a nadie, más bien de convencer
con actitudes democráticas.
Nada debe importarnos tanto como poner a salvo la vida de cualquier
ser humano. Tampoco se debe ceder ante las ideologías que justifican la
posibilidad de pisotear la dignidad humana. Ante la tragedia de la falta de
libertades, pues, a nadie le es lícito pasar de largo. Desde luego, un país sin
habla, sin elecciones libres, es un país amordazado que merece todas las
manos liberadoras. Por justicia y por humanidad.
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
corcoba@telefonica.net
23 de febrero de 2011