Cuando la sospecha entra en el hogar
P. Fernando Pascual
11-2-2011
Una familia modelo, unida, feliz. Un día, el esposo o la esposa notan algo raro: un olor, un objeto,
un gesto extraño en el otro. O tal vez un vecino o un conocido insinúa que él o ella tiene un amante,
que es infiel.
El corazón se altera. Todo parece diferente. Quien sospecha ve los gestos de cariño de la otra parte
como señales hipócritas para ocultar el engaño. Las conversaciones son tensas, la convivencia
difícil, la paz ha sido quebrada.
¿Qué ha ocurrido? Simplemente, que ha entrado la sospecha en el hogar. La duda interior hace que
todo se vea de modo diferente, como una especie de varita mágica que, sin que el otro haya
cambiado, lo convierte en un pequeño monstruo.
Por desgracia, hay ocasiones en las que la sospecha queda confirmada. Es entonces cuando las
largas cavilaciones parecen haber sido buenas: gracias a ellas fue posible descubrir la traición
dentro de la familia.
Pero en otras ocasiones la sospecha no tiene ningún fundamento. Inició desde un hecho irrelevante,
cuando la otra parte no había cometido ningún daño, ni había faltado al amor, ni había escondido
una infidelidad que no existía.
A pesar de la falta de fundamento de algunas sospechas, éstas c recen en corazones inquietos hasta
el punto de destruir familias. Q uizá no se llega al momento trágico de un divorcio lleno de rencores,
pero la convivencia bajo el mismo techo ha quedado dañada en sus raíces.
Frente a este tipo de situaciones, cualquier esfuerzo por aclarar los hechos es bienvenido. Basta a
veces propiciar un momento de diálogo, sincero, serio, abierto, para poner las cosas en su sitio y
reconocer que tras la sospecha sólo había un poco de niebla inocente. De este modo, será posible
tener un corazón más sereno ante hechos o palabras sin fundamento, se superarán sospechas falsas,
y se vivirá en una auténtica y sana armonía familiar: la que es propia de quienes se aman con un
corazón bueno.