“Le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase” (Mc 8,22)
Felipe Santos, SDB
Jesús propone un nuevo estilo de vivir como hermanos. Pero los discípulos no
entienden. Están como ciegos. Jesús les abre los ojos, les toca con el cariño y la
acogida. Se acerca a nosotros para abrirnos los ojos y así poder entender su
estilo de vivir y de caminar. Nos agarra de la mano para invitarnos a recorrer el
camino de la liberación.
Jesús nos invita a dar prioridad en nuestro servicio a los más abandonados, a los
niños, a los huérfanos, a las personas con menos posibles, a los ancianos solos.
El relato que leemos hoy en la liturgia es la introducción a la sección central del
evangelio de Marcos, en donde el tema fundamental es la ceguera, signo de la
incapacidad para reconocer que Jesús es el Señor, el Cristo, la luz verdadera. El
milagro ocurrido en Betsaida se desarrolla en dos momentos que representan el
paso progresivo hacia la fe. En un primer momento el ciego no identifica
totalmente lo que ve, su vista es borrosa, no alcanza a percibir lo que hay en
frente de él; luego de una segunda imposición de manos, el ciego “afina su
mirada”, ve perfectamente. Éste es el proceso que experimentan los discípulos
de Jesús, pues, aunque se encuentran junto al Maestro y son testigos de sus
milagros, no comprenden aún su Palabra y su misión; no identifican todavía a la
persona que tienen en medio de ellos. Tal vez nos encontramos hoy.