SANTÍSIMO CRISTO DE LA EXPIRACIÓN
Sus ojos están mirando,
arriba a las alturas,
al Padre está llamando,
en el fin de su tortura.
Su voz se va apagando,
y abierta la sepultura,
la muerte le va cercando,
sin un gesto de ternura.
Siete Palabras
ha pronunciado,
y la visión se le empaña,
¡todo se ha consumado!.
El viento se desmadra,
silente y acerado,
y el velo se rasga,
al expirar el Anunciado.
Se está nublando el día,
y moviéndose el suelo,
la oscuridad se cernía,
en la luz del madero,
el corazón aún latía,
en el pecho del carpintero,
y sus labios se entreabrían,
con un quejido lastimero.
Instante supremo,
momento sublime,
expira Jesús Nazareno,
y con su muerte consigue:
un mundo nuevo,
un mundo que gime,
pues con su sacrifico extremo,
al pecado redime.
Penetrante mirada,
y aspecto dolorido,
sus manos clavadas
y pies lo mismo,
la frente quebrada,
por aceros espinos,
y la luz reflejada,
en sus ojos divinos.
Cristo de la Expiración,
tus ojos siguen abiertos,
mirando al Padre Dios,
eterno en los tiempos,
en tu rostro hay dolor,
amor y sufrimiento,
y la luz de la salvación,
para un mundo muerto.
Antonio Rodríguez Mateo