¿Es cierto que los buenos pierden?
P. Fernando Pascual
13-2-2011
Da rabia. En un conflicto familiar, o en la empresa, o en una asociación de amigos, o en la política,
unos intentan ser honestos, respetan las buenas reglas del juego, actúan limpiamente. Otros hacen
trampas, planean acciones ilícitas, se mueven en la oscuridad de los conspiradores.
Al final, muchas veces los buenos pierden y los malos triunfan. Da rabia, una rabia profunda. Tanto,
que alguno llega a preguntarse: ¿para qué ser honestos si a los tramposos les va bien y a los que
actúan limpiamente les toca el destino de los fracasados?
Preguntarnos lo anterior significa olvidar el verdadero sentido de la vida humana. Porque nunca hay
auténtica victoria cuando un grupo de conspiradores “triunfan”. Y nunca son derrotados los
honestos cuando han sabido respetar los derechos básicos de la convivencia, han trabajado por vivir
en la verdad y la justicia.
Los buenos, desde luego, sabrán recurrir a los jueces cuando sea necesario, defenderán sus
derechos, pondrán trabas a la victoria de los traidores y farsantes. Pero si en los tribunales hay
quienes prefieren el dinero o sucumben a las amenazas de los malos, los buenos descubren que
tienen las manos atadas, aunque sus corazones mantienen esa sana libertad con la que pueden
mantener su opción por lo recto, lo noble, lo justo.
En la marcha de la historia humana, miles de hombres y de mujeres han perdido sus posesiones, su
buena fama, sus derechos, incluso su libertad o sus vidas. Los malos, así se lo imaginan, celebran
sus victorias aparentes. No saben que nunca es triunfo lo que se logra desde la injusticia traicionera.
Los buenos, aunque terminen entre cadenas físicas o bajo calumnias miserables, nunca pierden,
porque conservan la limpieza de corazones y la nobleza de alma que hace bella la vida humana y
que prepara el pasaporte necesario para ser acogidos por un Dios justo y bueno.