Disputadores son mis amigos; Mas ante Dios derramaré mis lágrimas
.
Todas las noches inundo de llanto mi lecho;
Riego mi cama con mis lágrimas.
Salmos 6:6
Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Pon mis lágrimas en tu redoma
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Mas ésta ha regado mis pies con lágrimas,
y los ha enjugado con sus cabellos.
, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.
Muchas veces hemos pasado por situaciones comprometidas, tristes, y
hasta peligrosas, y
siempre nos hemos valido de nuestras propias fuerzas y de
nuestro propio criterio, para enfocar, discernir y resolver nuestras
dificultades.
No hemos puesto nuestras cosas en manos de quien todo lo puede,
tal vez por miedo, o por no creernos merecedores de la protección de Dios en
cada momento. La conciencia nos acusa, y así nos impide ir a la fuente de todo
consuelo. Al Cristo que da sin reproche.
En cambio los grandes hombres de Dios comprendieron muy bien su
estado ante Él, y como los que oyeron la predicación de Pedro en el templo
después de este recibir al Espíritu Santo,
se compungieron de corazón y
rogaron
por que se les librara de la ignorancia y el error por los medios de Dios,
y no por sus propias fuerzas.
Sepa, pues,
inequívocamente
toda la casa de
Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo. Al oír esto,
se compungieron
de corazón
, y dijeron a Pedro y a los
otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
(Hechos 2:36).
Esa es la pregunta que surge,
enseguida que recibimos la iluminación,
para comprender y buscar la voluntad de Dios.
¿Que haremos? Como David
lloraba su pecado, como Ana la madre del profeta Samuel, conductor y juez de
Israel, cuando pedía al Señor un hijo
:
ella con amargura de alma oró a Yahvé, y
lloró abundantemente.
(1ª Samuel 1:10).
Y también Ezequías en trance de
muerte, así como Nehemías al contemplar la ruina de Jerusalén. Todos ellos
lloraron, por que era lo único que podían ofrecer a Dios, sus lágrimas salidas de
sus ojos y su corazón afligido.
Lloraban las santas mujeres al paso del inocente Jesús, cargado con su
cruz, y lamentaban clamando por la gran injusticia de aquel tormento,
pero
Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos... Porque si en el árbol
verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
(Lucas 23:28 ss.). Él
UNCIÓN Y LÁGRIMAS
sabía que los lloros habían de ser por nuestro triste destino, y no por su muerte
y sufrimientos, que
devinieron divinamente en su resurrección y su ascensión
junto a su Padre Celestial.
Las
lágrimas verdaderas, son lluvia que apaga los incendios de nuestras
concupiscencias
. Son la señal de que, arrepentidos de veras, nos acercamos
dolidos al Salvador, para que nuestras lágrimas ablanden el rigor que
hemos
merecido.
Ese temor y esa esperanza, es la que produce lágrimas, que de
suplicantes,
se tornan en jubilosas
cuando nos sentimos perdonados y acogidos
de nuevo al favor de Su Divina Majestad.