EL DIA DESPUES...
La Cofradía ha entrado en el Templo. El aire trae sonidos de tambores y
cornetas. El viento huele a incienso, flores y cera. Se cierra la puerta; la última
chicotá se ha producido, los pasos descansan silenciosos, inmóviles, se abandonan
insignias y banderas, la Cruz de Guía no abre camino, apáganse los cirios, la Iglesia
queda en penumbra.
El cofrade camina pensativo, el capirote reposa sobre su hombro, lleva el
corazón radiante de satisfacción por lo vivido, el pecho henchido de fervor, las
manos doloridas, la frente sudorosa, le cuesta caminar, su cuerpo cansado ya siente
nostalgia.
A solas en su habitación, no puede conciliar el sueño, su ánimo está triste, el
espíritu trastornado; piensa: "se acabó, qué pronto ha terminado, qué rápido
transcurre el tiempo".
Al día siguiente vuelve a la Iglesia, se acerca a los pasos, están solos,
vacíos, sus Sagrados Titulares sobre ellos ya no están, han sido colocados en sus
respectivos altares. Piensa en el próximo año, cuenta los días que faltan para la
próxima salida, sueña con la primera levantá, recuerda los quejíos de una saeta, el
sonido que producen las bambalinas al ser mecidas por los varales, la voz del
capataz, la respuesta del costalero, el golpe del llamador. En un reflejo ve a su
Cristo procesionando contemplado por la multitud, su Madre en el Trono le sigue
angustiada, suspira, cuántas vivencias, cuántas ilusiones, cada año es diferente,
cada vez es más hermoso. Una pequeña mano aprieta la suya, una voz infantil dice:
Papá, papá, estás llorando. Seca sus lágrimas, se marcha en silencio, en el
dintel se vuelve y hace la señal de la Cruz, lanza un beso al viento, exclama: ¡Hasta
pronto Dios mío, Madre mía, hasta pronto!.
Antonio Rodríguez Mateo