Desintoxicarse
P. Fernando Pascual
6-2-2011
El veneno entró en el alma. Lecturas, conversaciones, blogs, pensamientos: un enjambre de
insinuaciones e ideas avanzaba, poco a poco, hasta sembrar angustias, sospechas, miedos,
desconfianza.
Otras veces el veneno entró desde una injusticia: no es fácil vivir en paz cuando el daño vino de un
amigo, o cuando vimos a un ser querido bajo las garras de los opresores.
Es fácil envenenarse. En ocasiones uno mismo deja correr sus pensamientos hasta encontrar
culpables en quienes nada malo han hecho, o busca voces malignas que siembran dudas y apagan
esperanzas. En otras ocasiones el veneno se insinúa desde quien dice ser amigo y vierte sobre
nosotros el veneno malévolo del aguijón que nos deja bien clavado.
¿Cómo limpiar el alma cuando ha quedado tocada por calumnias y murmuraciones, por sofismas y
mentiras, por propagandas que empujan al odio desde promesas de revoluciones que promoverían la
“justicia” y llevan al desastre? ¿Cómo superar las heridas profundas que provocan los golpes que
otros nos asestan?
Todo sería más fácil si hubiéramos impedido al veneno hacer ingreso en nuestras almas, si nadie
nos hubiese dañado con sus palabras o con sus gestos. Pero ya estamos intoxicados. Ahora, ¿qué
podemos hacer?
Existe un camino difícil pero hermoso para desintoxicarse: el perdón sincero. Cuesta, sobre todo si
hemos dejado de querer a un amigo bueno por culpa de calumniadores sin escrúpulos, o cuando
hemos roto la relación con una persona necesitada de ayuda pero atacada continuamente por
difamadores que dicen cosas ciertas pero bañadas con el vinagre del odio y de la venganza.
Podemos dar un paso importante desde el reconocimiento de nuestras propias faltas: también
nosotros necesitamos miradas amigas, corazones dispuestos al perdón y a la acogida, espíritus
nobles que busquen curar en vez de abrir, una y otra vez, viejas heridas.
En lo más íntimo del alma, la curación de nuestros males sólo puede llegar de las manos de un Dios
misericordia, capaz de borrar en la confesión nuestro pecado y de devolver esa paz que viene del
cielo.
Luego, al acoger el perdón, al dar pasos concretos para romper nuestro pecado, podremos mirar a
nuestro alrededor con ojos buenos, llenos de misericordia. Estaremos más abiertos a la verdad
completa sobre nuestros prójimos. Dejaremos de lado lo que son sospechas maliciosas o calumnias
asesinas. Tendremos un espíritu bueno para perdonar a quienes han caído en el drama del pecado y
necesitan manos amigas para iniciar el camino de la conversión sincera, no piedras de fariseos
dispuestos a lapidar a sus hermanos.
Así empezaremos a desintoxicarnos, pues el alma que se descubre perdonada aprende a ver el
mundo con más profundidad: desde unos ojos llenos de misericordia, porque esa misericordia la ha
recibido desde el mismo corazón del Dios bueno.