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ACOGER LA PALABRA
Desde hace unas décadas podemos constatar que en la Iglesia se
lee mucho más la Palabra. Desde hace unos cuarenta años nos
hemos familiarizado más y más con el texto sagrado. Esta nueva
sensibilidad por la Palabra es, sin duda alguna, un don del Espíritu y
un fruto del diálogo entre las iglesias. En este momento, los
Católicos son la Iglesia de los Sacramentos y también la Iglesia de
la Palabra.
Las líneas que he escrito tienen como finalidad señalar algunas
actitudes útiles para la lectura de la Sagrada Escritura. Hemos de
tener en cuenta que no somos nosotros los primeros que nos
acercamos al texto bíblico. Hay muchas generaciones antes que
nosotros que han hecho la misma experiencia.
Una condición previa
¿Cómo vamos a acoger la Palabra sin la intervención del Espíritu?
Hay que tener muy en cuenta la acción del Espíritu Santo en
relación con el texto sagrado y la vida de los creyentes. En la
Exhortación se resume la acción del Espíritu en la historia de la
salvación y al final dice estas palabras que para mí son muy
significativas:
“El mismo Espíritu, que habló por los Profetas, sostiene e inspira a
la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la
predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente,
quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras” (Verbum
Domini 15).
Porque las Sagradas Escrituras son textos inspirados únicamente
los que se unen e invocan al Paráclito pueden leer, entender,
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acoger y poner en práctica lo que nos ha transmitido la Palabra. En
este sentido el texto papal señala varios ejemplos de la tradición
que son muy significativos. Nos recuerdan cómo el Espíritu Santo
nos lleva a conocer la Escritura por dentro, nos hace gustar lo más
sabroso de la Biblia, el agua viva que brota de la misma. Sin el
Espíritu las Escrituras son letra muerta y no nos dice nada. Con el
Espíritu son palabras de vida. Transcribo el texto de la Exhortación
porque me parece esencial:
“Los grandes escritores de la tradición cristiana consideran
unánimemente la función del Espíritu Santo en la relación de los
creyentes con las Escrituras. San Juan Crisóstomo afirma que la
Escritura «necesita de la revelación del Espíritu, para que
descubriendo el verdadero sentido de las cosas que allí se encuentran
encerradas, obtengamos un provecho abundante». También san
Jerónimo está firmemente convencido de que «no podemos llegar a
comprender la Escritura sin la ayuda del Espíritu Santo que la ha
inspirado». San Gregorio Magno, por otra parte, subraya de modo
sugestivo la obra del mismo Espíritu en la formación e interpretación
de la Biblia: «Él mismo ha creado las palabras de los santos
testamentos, él mismo las desvela».[53] Ricardo de San Víctor
recuerda que se necesitan «ojos de paloma», iluminados e ilustrados
por el Espíritu, para comprender el texto sagrado” (VD 16).
La pedagogía de los Santos
La vida y la enseñanza de los Santos se ha revalorizado en estos
últimos años. Sin duda alguna ha contribuido la nueva Liturgia de
las Horas, con la excelente selección de sus escritos.
El Catecismo de la Iglesia Católica ha contribuido
considerablemente al nuevo puesto de los Santos en la vida de los
creyentes. Es muy notorio el recurso a su experiencia y doctrina a
través de todas sus páginas. La vida de los Santos es una teología
viva, un Evangelio abierto a los hombres de todos los tiempos.
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Cuando se habla de la Trinidad aparece la elevación de Isabel
Catez. “Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme
enteramente de mí mismo para establecerme en ti” (n. 260). El
tema de la oración se abre con unas palabras de Teresa de Lisieux.
“La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada
hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde
dentro de la prueba como desde dentro de la alegría” (n. 2558).La
verdad es que la vida y la doctrina de los Santos son una palabra
viva y actual para los hombres y mujeres de todos los tiempos. Son
los mejores intérpretes del Evangelio.
Los Santos inspiran el camino cristiano. Y subrayo la palabra
inspiradora de los mismos. Nos ofrecen motivaciones para seguir a
Jesús, nos alientan en el camino de la vida. Interceden por nosotros
ante el trono de Dios. No hemos de imitarlos al pie de la letra. Es
imposible vivir como en tiempos pasados, con una mentalidad
completamente distinta a la nuestra. Habría que recordar las
palabras de Juan de la Cruz:
“Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer,
por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus
imperfecciones, sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y
sumamente santo, y nunca errarás” (Dichos de luz y amor, n. 156).
Gracias a la historia y a los historiadores porque en estos últimos
años nos han ofrecido una imagen más auténtica, nítida y humana
de los Santos. Y además nos han enseñado a leer sus escritos con
otras perspectivas. Incluso hoy conocemos mejor a los Santos que
en el pasado, con lo que esto lleva de renovación e impulso
evangélico.
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La Exhortación en el número 48 dedica todo el apartado para hablar
de cómo los Santos interpretan la Escritura. Su vida es un
Evangelio vivo. Ellos son un modelo de lectura, escucha, y
meditación de la Palabra. Las grandes escuelas de espiritualidad
han nacido de la escucha atenta de la Escritura. Los fundadores de
las distintas familias religiosas han sido verdaderos siervos de la
Palabra. En realidad la vida consagrada ha sido una verdadera
exégesis del texto sagrado. Para los consagrados la Biblia ha sido
el libro donde han aprendido el seguimiento de Cristo, el camino de
la oración, la simplicidad de vida y la vida fraternal.
Pienso, por ejemplo, en san Antonio, Abad, movido por la escucha de
aquellas palabras de Cristo: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo
que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el
cielo- y luego vente conmigo» ( Mt 19,21). No es menos sugestivo san
Basilio Magno, que se pregunta en su obra Moralia : «¿Qué es
propiamente la fe? Plena e indudable certeza de la verdad de las
palabras inspiradas por Dios... ¿Qué es lo propio del fiel?
Conformarse con esa plena certeza al significado de las palabras de la
Escritura, sin osar quitar o añadir lo más mínimo». San Benito se
remite en su Regla a la Escritura, como «norma rectísima para la vida
del hombre».San Francisco de Asís -escribe Tomás de Celano-, «al oír
que los discípulos de Cristo no han de poseer ni oro, ni plata, ni
dinero; ni llevar alforja, ni pan, ni bastón en el camino; ni tener
calzado ni dos túnicas, exclamó inmediatamente, lleno de Espíritu
Santo: ¡Esto quiero, esto pido, esto ansío hacer de todo corazón!».
(VD 48).
A continuación vamos a exponer dos formas de leer, escuchar y
acoger la Palabra de Dios que se han hecho muy familiares en la
Vida Consagrada.
La lectio divina
Cuando un creyente entraba en el monasterio y preguntaba a su
maestro espiritual cómo debía orar, se le enseñaba la lectio divina.
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Esta forma de orar y acercarse a la Palabra de Dios se hace
presente en los comienzos del monaquismo. Son muchos siglos y
generaciones de cristianos que han orado de esta forma. Algo
tendrá para que permanezca a pesar de los cambios que han
sufrido la sociedad y la Iglesia.
Esta forma de orar ha recibido distintos nombres. Se conoce por el
nombre latino de “lectio divina”. Otros autores hablan de “la lectura
de Dios”, “la lectura orante de la Palabra”, “orar la Palabra”, etc.
Todo es lo mismo.
Para que el lector tenga una idea general de esta realidad
podríamos decir que la lectio divina es una lectura lenta y pausada
de la Biblia mezclada con la oración.
Es una lectura sin prisas, no interesa leer mucho, no es para
adquirir información, ni ideas nuevas. Es una lectura que busca la
comunión con Dios, el diálogo con Dios. Dios sale a nuestro
encuentro por medio de la lectura de la Escritura y nosotros
respondemos a este Dios que nos habla en su Palabra.
¿Cómo hacer la lectio? Los autores han enumerado una serie de
movimientos a la hora de poner en práctica esta forma de orar con
la Palabra. Desde el principio hay que decir que se trata de algo
dinámico, flexible; se puede ir de una parte a otra sin seguir el orden
que señalamos.
=== Invoca al Espíritu Santo para que puedas comprender la Biblia,
el texto que has leído. Basta una simple invocación: “Ven Espíritu
Santo, manda tu luz desde el cielo”. En los momentos que te
encuentras distraído recurre al Espíritu para que te oriente.
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=== Lectura de Bibia. No es necesario leer mucho. Las lecturas del
domingo te pueden ayudar porque es una buena selección de
textos. El libro de los salmos es muy apropiado. Lee y vuelve a leer.
Dios te habla y sale a tu encuentro. Recuerda, la persona es lo que
lee.
=== La meditación. En la antigüedad cristiana meditar era aprender
un texto de memoria y repetirlo una y otra vez. Es el método
mariano de dar vueltas a la Palabra en nuestro corazón. Repite algo
que te ha llamado la atención llegará un momento que
experimentarás la fuerza y la luz de Dios que se encuentra en la
Biblia. Empezarás a conocer la Escritura por dentro.
=== La oración. Es el tiempo del diálogo con Dios por medio de la
alabanza, acción de gracias, petición de perdón, apertura a las
necesidades del mundo y de las iglesias. Es responder a Dios que
nos ha hablado en su Palabra. No hay que olvidarse del silencio
que es la plenitud de la palabra.
La Liturgia de las Horas
En verdad la liturgia ha sido “la casa de la Palabra” para las
personas consagradas. La Eucaristía ha sido el manantial donde ha
bebido el radicalismo evangélico hasta el extremo de dar la vida.
Señalamos la Liturgia de las Horas como algo muy específico de la
Vida Consagrada y como una escuela de la Palabra para los
seguidores de los consejos evangélicos.
“Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentra sin
duda la Liturgia de las Horas. Los Padres sinodales han afirmado que
constituye una «forma privilegiada de escucha de la Palabra de Dios, porque
pone en contacto a los fieles con la Sagrada Escritura y con la Tradición viva
de la Iglesia»…Además, aliento a las comunidades de vida consagrada a que
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sean ejemplares en la celebración de la Liturgia de las Horas, de manera que
puedan ser un punto de referencia e inspiración para la vida espiritual y
pastoral de toda la Iglesia” (VD 62).
Para ser testigos
La Palabra ha transformado el corazón de los creyentes. Si he
mencionado anteriormente la lectio divina y la Liturgia de las Horas,
es porque han sido dos formas de lectura, escucha y meditación de
la Palabra a través de la historia de la Iglesia. La Biblia ha
transformado el corazón de los consagrados y han llegado a ser
testigos y profetas. En verdad, el verdadero profetismo de la vida
consagrada ha surgido de una fuente que mana y corre: Cristo y su
Palabra.
Lucio del Burgo OCD