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SANTO CRISTO DE JERUSALÉN Y BUEN VIAJE
Se ha culminado el ultraje,
el sol no luce ya,
es el fin de su linaje,
la luz no quiere brillar.
La muerte va al abordaje,
ahíta de vanidad,
Cristo del Buen Viaje,
su vida acaba de entregar.
Las sombras van creciendo,
aumentan su reinado,
al madero van envolviendo,
y también al sentenciado.
La tierra se está moviendo,
el viento es helado,
negro el firmamento
e inmóvil el crucificado.
Su cuerpo inerte,
el madero cobija,
sobre hierros yacente,
a la cruz lo fijan.
Pesado el ambiente,
vuelan las risas,
en murmullos de la gente,
que camina sin prisas.
La cruz es pequeña,
el lugar solitario,
la muerte va a la greña,
en túmulo solitario,
mostrando su huella,
en prieto sudario,
que el viento despliega,
a impulsos carcelarios.
Muere la tarde,
reina la oscuridad,
el fuego no arde,
pero ruge la tempestad.
La noche se abre,
secando al manantial,
su luna es cobarde,
y se acaba de ocultar.
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Huecos sonidos,
el aire conlleva,
por un éter dormido,
sus ecos navegan,
campan perdidos,
en busca de estrellas,
lamentos y quejidos,
que del suelo despegan.
Antonio Rodríguez Mateo