ALGO MÁS QUE PALABRAS
CON UN PACTO DE HUMANIDAD
SE DERROTARÍAN TODAS LAS GUERRAS
A veces, quien espera, desespera. Puede ser cierto. Pero la paciencia
también salva muchas impaciencias y sus frutos suelen endulzarnos
después. Conviene tenerlo presente en nuestra agenda de vida. Es verdad
que, en ocasiones, nos sobrecoge el dolor de la realidad y el cuerpo te pide
ajuste de cuentas. Que se lo digan a las personas que aguardan sentirse
algo en el libro de la humanidad. Sólo quieren que se les considere seres
humanos. Para ello, seguramente no sea preciso seguir visando tratados
solemnes, ni convenios acomodados a sectores sociales, porque para llegar
a un acuerdo de vida respetada y respetable como ciudadano, lo único que
debemos rubricar es un pacto de corazón que nos impacte por dentro. Esto
sólo se suscribe con acciones humanitarias, con prácticas cumplidas sin
ostentación y sin testigos, con actos que nos humanicen en definitiva.
Con un pacto de verdadera humanidad se derrotaría todas las
guerras, pero esta alianza, no lo olvidemos, se produce por sí misma,
cuando la ciudadanía realmente se interesa por el ser humano, por lo que
es, y no por lo que produce. Hoy por hoy, tal y como están concebidos los
modelos de vida, la misma organización social del planeta, el suicidio de las
especies vivas no es sólo ecológico, es también humano. Por desgracia, la
crueldad ha tomado el mundo y las hostilidades se acrecientan como nunca,
hasta el punto que muchos gobiernos ya no respetan ni las leyes
humanitarias dadas por las organizaciones internacionales. Comprendo la
ansiedad de tanta gente. Lo que no entiendo es la violenta oposición de las
mentes mediocres al cambio. Sin duda, debe producirse cuanto antes ese
transformación de vida. Se requiere otra mentalidad más auténtica, otra
manera de ver y de vivir en el mundo más feliz, otra manera de ser y de
actuar que sacie nuestra búsqueda humana, que no es el invento de
fábulas, sino el deseo de percibir la verdad.
Las guerras nadie las gana y todos las perdemos. No hay guerras
santas, ni guerras imprescindibles, ninguna guerra es justa por justa que
nos parezca, detrás de todo esto casi siempre hay un gran negocio, en lugar
de querer salvar a la humanidad. Nuestra existencia, la de cada uno de
nosotros, es algo más que un juego de ganancias y pérdidas, de lucha a
vida o muerte. Está visto que tampoco facilita la concordia, intentar
silenciar las voces opositoras con actos de represión como tantas veces se
hace, y se persiste haciéndolo; por el contrario, esto suele agravar la
situación de conflicto. Sería diferente sí cada persona contase en la historia
de la vida de todos. Tomar como referente la cultura del entendimiento y de
la humanización, y universalizar este cultivo, ayudaría a fomentar un clima
de sosiego. La humanidad ha de celebrar que el ser humano sea lo primero
y lo prioritario, que todavía no lo es, y debe sacar una lección de su pasado,
que con las guerras todos perdemos, nadie respeta a nadie, y que lo único
que ganamos son más dramas humanos. El futuro nunca está en manos de
los ejércitos, siempre está en manos de los humanos, de aquellos que
saben ejercer la humanidad tomándose el dolor ajeno como propio.
Para derrotar, pues, todas las guerras, ciertamente es preciso que
ese pacto de humanidad que propongo, se cultive en las escuelas y centros
de enseñanza. El enemigo número uno de la paz en el mundo es dejarnos
gobernar por gentes sin escrúpulos, que en lugar de educar, adoctrinan
para la guerra. No en vano, el presidente de la Federación Mundial de
Científicos, acaba de denunciar la proliferación del secreto técnico-científico,
diciendo que "mientras existan laboratorios secretos, la carrera
armamentista será inevitable". Todo lo contrario a la educación, que debe
estar encaminada a convertir en buen ciudadano al educando, y no en
activar ciencias ocultas que oculten nuestras miserias.
Desde luego, jamás se puede dar un pacto de humanidad verdadero
si se transmite barbarie en vez de civilización. Uno se hace humano si
desciende al ser humano. Uno asciende a la libertad si asciende a la
liberación de sí. Uno es lo que es por lo que recibe. Por consiguiente, por el
cultivo de la voluntad uno puede hacerse humano o volverse un animal.
Sabemos que no es fácil el aprendizaje de las bondades, pero si
cambiásemos los valores, y todo acto de compasión fuese una
manifestación de autoridad, y no hacer el bien fuese un mal muy grande, y
buscar el bien de nuestros semejantes fuese la mejor hazaña, estoy seguro
que el mundo se volvería una balsa de aceite.
Lo de la tranquilidad no yace en el planeta. Al presente todas las
manos son pocas para evitar que la violencia continúe escalando posiciones
ventajosas y para que las ideologías sectarias que incitan al odio y la
venganza, dejen de avivar una cultura que alimenta el terror y alienta un
horrible mundo. Son muchas las emergencias planetarias que podrían
curarse, si en verdad se aprecia la vida y se precia al ser humano. Basta
con que un ser humano devalúe a otro para que el desprecio nos vaya
alcanzando a todos. Hay, por tanto, una forma de contribuir a la estima, y
es no resignarse. Pactemos, en todo caso, la no resignación.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
30 de enero de 2011