¿Rezamos por los sacerdotes que confiesan?
P. Fernando Pascual
30-1-2011
Entramos en una iglesia. A los lados, confesionarios. Vemos con alegría que hay uno o varios
sacerdotes dispuestos a acoger a quienes pidan el sacramento de la penitencia.
Es hermoso encontrar disponibles, en diversos momentos del día, a sacerdotes que nos permiten
recibir el perdón de Dios. Pero esos sacerdotes necesitan, como todo bautizado, la ayuda de Dios
para ser fieles a su misión, para tener un corazón comprensivo y misericordioso, para escuchar con
paciencia y atención, para poder dar los consejos adecuados (desde el Espíritu Santo) a cada
penitente.
Por eso es tan importante rezar por los sacerdotes que dedican buena parte de su tiempo a la
confesión. Pedir por ellos es un gesto de amor fraterno, que nace de corazones que valoran el
ministerio de cada confesor, pues los sacerdotes sienten muchas veces la urgencia de recibir luces
de Dios para tratar del mejor modo posible a cada bautizado que pide perdón.
¿Rezamos por los sacerdotes que confiesan? ¿Sentimos un deseo profundo de apoyar su ministerio?
¿Nos preocupa que sean santos y sabios? ¿Suplicamos a Dios que haya cada día más vocaciones y
más sacerdotes dispuestos a ser canales por los que recuperamos la vida de gracia?
El mundo moderno sufre un vacío enorme porque ha olvidado el Amor de Dios, porque justifica y
niega el pecado, porque desprecia la misericordia. Por eso nos hundimos en placeres vacíos, en
orgullos que ahogan el alma, en avaricias que encadenan, en egoísmos que nos impiden amar a los
hermanos, en odios que llevan a herir a los propios familiares o a conocidos.
Frente a esta situación, buscar, pedir, encontrar un sacerdote con tiempo y, sobre todo, con un
corazón grande como el de Cristo, para recibir el perdón de los pecados, es una urgencia para toda
la Iglesia.
Al pedir al Padre, como Cristo nos enseñó, que envíe obreros a su mies (cf. Lc 10,2), también
hemos de suplicar para que conceda a su Iglesia muchos y buenos sacerdotes confesores.
De este modo, avanzará en el mundo la limpieza que viene de Dios. Habrá más paz en las almas, en
las familias y en los pueblos. Estaremos preparados, desde la esperanza, a la llegada del Esposo que
nos ha invitado a la fiesta eterna de su Reino.