Jn 1,29-34 : Ahí está el Cordero de Dios
Las lecturas de este domingo tienen como eje transversal la
invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el
proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una
manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad. El
texto que leemos en la primera lectura forma parte del segundo
Cántico del Siervo (Is 49,1 – 50,7) en el que se identifica al pueblo
de Israel como el servidor de Dios; este Israel mencionado aquí no
representa la totalidad del pueblo de Dios, sino que, tal vez, se
refiera a aquella pequeña comunidad creyente desterrada en
Babilonia, a ese grupo reducido que mantiene viva la esperanza y la
fe. Ese grupo que, a pesar de estar lejos de su tierra, mantiene su
confianza en Yahvé es el que traerá la salvación a todo el pueblo de
Israel y al mundo entero, pues Dios ha puesto sus ojos en él y le ha
asignado la misión de expresar a toda la creación su deseo más
profundo: salvar a todos sin excepción. El profeta que escribe este
cántico marca una gran diferencia en cuanto a la comprensión de la
salvación prometida por Yahvé; siendo el tiempo del exilio, el
profeta anuncia una salvación para todas las naciones, no
únicamente para el pueblo de Israel.
Pablo inicia su carta confirmando la universalidad del Reino
de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que
en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo . Este saludo es
dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera
solemne en que Pablo escribe ( a la Iglesia de Dios de Corinto ), se
puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal
Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los
creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de
manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los
límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento
actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad
entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de
Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para
realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro
lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y
ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y
solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien
asume como modo normal de vida este horizonte liberador está
invocando el nombre de Jesús.
El evangelio de Juan manifiesta la universalidad de la salvación
de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto
éste como cordero de Dios, que se sacrifica, se entrega
obedientemente a la voluntad del Padre para salvar de la muerte
(del pecado) a toda la Humanidad... Jesús es el enviado del Padre, el
ungido por el Espíritu de Dios, el servidor de Yahvé del profeta
Isaías (49,3) que tiene como especial misión establecer en el mundo
la justicia del reino; es quien verdaderamente trae la salvación de
Dios a la humanidad. Juan el Bautista ya había comprendido su
propia misión y la misión de Jesús; por tal razón el profeta del
desierto dice que detrás de él viene uno que es más importante que
él, pues el que viene es el Mesías, una Palabra nueva de Dios para el
mundo. El Bautista reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, por eso
da testimonio de él. Y lo hace -y lo recoge así el evangelio de Juan-,
con las imágenes de aquel tiempo, unas imágenes que hae mucho
tiempo se quedaron sin base y que hasta han perdido su
inteligibilidad. Hablar de Cordero de Dios, sacrificado, que expía
nuestros pecados, que quita el pecado del mundo con su sangre,
que nos «redime»... es hablar en unas categorías que sólo podemos
conocer por estudio histórico-bíblico, por cultura especializada
religiosa, pero que no podemos captar «por sentido común» por
una evidencia que se respira en subconsciente colectivo social,
como han de ser captadas las buenas imágenes, las imágenes que
están vivas, no las que ya murieron aunque sigan siendo leídas o
repetidas. Una tarea pendiente de la comunidad creyente hoy es
testimoniar ese encuentro profundo con Jesús con unas metáforas
nuevas, para que expresen y comuniquen ese encuentro, que sólo
de esa manera se concretizará en una vida fundada entregada al
amor, a la Justicia y a la comunión con Naturaleza.
Felipe Santos, SDB