Refugios
P. Fernando Pascual
15-1-2011
Ante las dificultades, mientras llega el cansancio de la vida, cuando aumentan los
dolores del cuerpo o del alma, buscamos refugios de paz, de alegría, tal vez de olvido.
Los refugios pueden ser variados. Hay quienes simplemente buscan su refugio en el
sueño, como una especie de bálsamo para olvidar las penas y las angustias de cada
día. Otros se refugian en un cuarto de su casa, o entre libros, o en el bar donde
encontrar amigos y ambientes diferentes. Otros anhelan ese refugio en el trabajo, o
en el coche, o en la televisión, o en la computadora, o en la música. Algunos, por
desgracia, se crean un mundo artificial de sensaciones con la droga o con el alcohol,
para consolar (falsamente) penas y dolores del alma.
Muchos de los refugios son simplemente un engaño, como un espejismo que enciende
ilusiones pasajeras en el corazón, para luego dejarnos indefensos y cansados frente a
los problemas que ahí siguen, con su peso de amenazas y con su martilleo obsesivo.
Existen, sin embargo, otro tipo de refugios que pueden ser sanos, que restablecen las
fuerzas del alma para reemprender la lucha. Un rato de deporte, un diálogo con un
amigo sincero, un libro bueno, devuelven serenidad al alma, abren horizontes de
esperanza, nos preparan para volver con más bríos al combate de cada día. Pero en
muchas ocasiones esos refugios también son insuficientes.
Por eso hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada
corazón humano. Es el que se alcanza desde el encuentro sincero con Dios. Porque
Dios da sentido a la vida, nos ha creado, nos tiende la mano como Salvador, nos
espera cada día y tras la hora definitiva de la muerte.
A Dios nos acercamos en esos momentos de oración sincera, cuando le abrimos el
alma, cuando le pedimos ayuda, cuando nos ponemos llenos de confianza entre sus
manos. A Dios lo tocamos cuando podemos recibir los sacramentos, especialmente el
gran regalo de la misericordia (la confesión) y el inmenso abrazo que es posible en
cada Eucaristía. A Dios lo escuchamos con el espíritu abierto cuando leemos su
Palabra, cuando creamos en nuestro interior espacios de silencio que nos permiten
escuchar sus susurros cotidianos.
Es Dios el verdadero refugio que anhelamos. Porque sólo Dios conoce plenamente lo
que hay en cada corazón humano. Porque sólo Él puede ofrecer consuelos verdaderos
y palabras de ternura que curan y que lanzan a vivir desde una fe intensa, una
esperanza alegre y un amor hecho servicio a quienes recorren a nuestro lado el
mismo camino del existir terreno.