Presencia católica en Internet
P. Fernando Pascual
15-1-2011
La Iglesia católica tiene ante sí una serie de preguntas sobre su presencia en el
mundo de Internet. ¿Cómo entrar en los diferentes ámbitos de este nuevo espacio
comunicativo? ¿Cómo ayudar a los católicos a ofrecer el mensaje de Cristo en las
distintas páginas? ¿Basta con ser bautizado para poner mensajes que reflejen la
verdadera fe de la Iglesia, o se requieren formas de control por parte de la parroquia
o del obispo para que las ideas lanzadas en la Red tengan cierta garantía de ser
auténticamente católicas?
Son preguntas de no fácil solución. Un católico que se asoma a los mil horizontes de
Internet se encuentra, por un lado, con muchas voces, algunas nacidas en corazones
buenos, otras engañosas o simplemente falsas. Por otro lado, no todos los bautizados
conocen bien su propia fe, por lo que al participar o al escribir en Internet pueden
reflejar ideas que no corresponden a la doctrina de la Iglesia.
A pesar de estas y de otras dificultades, la Iglesia aplica a Internet lo que ha
enseñado desde sus orígenes: hay que imbuir de espíritu cristiano los distintos
espacios de la vida humana, como levadura en la masa, y esto vale también para el
mundo de Internet.
Podemos, por ejemplo, recordar lo que explicaba el Concilio Vaticano II: “La Iglesia
católica, fundada por nuestro Señor Jesucristo para la salvación de todos los hombres,
y por lo mismo que está obligada a la evangelización de toda criatura, considera parte
de su misión servirse de los instrumentos de comunicación social para predicar a los
hombres el mensaje de salvación y enseñarles el recto uso de estos medios” (decreto
Inter mirifica n. 3).
Más adelante, el mismo número que acabamos de citar añadía: “Corresponde
principalmente a los seglares vivificar con espíritu humano y cristiano esta clase de
medios a fin de que respondan plenamente a la gran esperanza del género humano y
a los designios divinos” ( Inter mirifica n. 3).
La invitación a imbuir de espíritu cristiano los medios de comunicación social ha
quedado plasmada en el Código de Derecho Canónico promulgado el año 1983. En el
canon 822 podemos leer lo siguiente:
“1. Los pastores de la Iglesia, utilizando un derecho propio de la Iglesia en el
cumplimiento de su función, preocúpense por utilizar los instrumentos de
comunicación social.
2. Los mismos pastores procuren enseñar a los fieles el deber que tienen de cooperar
para que el uso de los instrumentos de comunicación social sea vivificado por un
espíritu humano y cristiano.
3. Todos los fieles, principalmente aquellos que de cualquier manera participan en la
organización o uso de esos medios, sean solícitos en prestar apoyo a la actividad
pastoral, de manera que la Iglesia ejerza eficazmente su función, también mediante
esos instrumentos”.
Esta invitación tan concreta está acompañada por otro canon que precisa la manera
según la cual un católico puede publicar escritos sobre la propia fe:
“Para preservar la integridad de las verdades de fe y costumbres, corresponde a los
pastores de la Iglesia el deber y el derecho de vigilar para que ni los escritos ni el uso
de los medios de comunicación social dañen la fe o las costumbres de los fieles;
asimismo, de exigir que los fieles sometan a su juicio los escritos que vayan a publicar
y tengan relación con la fe o costumbres; y también de reprobar los escritos nocivos
para la rectitud de la fe o las buenas costumbres” (canon 823,1).
En otras palabras, los creyentes, al escribir sobre fe o sobre moral, deben pedir su
aprobación a los obispos. ¿Se aplica esta idea a Internet? La respuesta tiene que ser
afirmativa, pero no resulta fácil ver en qué maneras o bajo qué modalidades
concretas.
Pensemos, por ejemplo, en un católico que lleva adelante un blog, o que participa en
distintos foros, o que pone comentarios a noticias, o que publica en distintas páginas
de Internet sus reflexiones sobre la fe o sobre el modo de vivir el Evangelio. Si el
mundo cibernético multiplica enormemente el número de posibilidades comunicativas
y facilita el que una persona ofrezca, al menos en teoría, a todo el mundo lo que
piensa a través de un texto escrito o de una grabación, ¿cómo intervenir para que los
católicos no expresen ideas que pueden confundir a los muchos potenciales lectores
en el inmenso océano de Internet?
Baste, al menos por ahora, reconocer que la nueva situación es compleja, y que no
podemos considerar como pensamiento auténticamente católico el que es expresado
en Internet por bautizados que tienen ideas a veces confusas, otras veces
equivocadas.
A lo largo de este camino de discernimiento ante un instrumento de comunicación de
potencialidades enormes, tienen una responsabilidad particular quienes, como obispos
y sacerdotes, están llamados a velar por la pureza de la fe. Ellos tienen importantes
deberes en cuanto educadores de los bautizados, a los que necesitan acompañar en el
conocimiento de la propia fe antes de que puedan participar como auténticos
creyentes en alguno de los muchos espacios disponibles en la Red mundial.
Sólo entonces la presencia de los católicos en el mundo de Internet podrá reflejar los
verdaderos tesoros de nuestra fe y permitirá a muchos corazones tener un primer
contacto con la belleza del Evangelio.