Desgarrones en la historia de
la Iglesia
P. Fernando Pascual
13-3-2024
La historia de la Iglesia
incluye momentos de luz y de oscuridad, santidad y cobardía, unidad y
desgarrones.
Ya desde el inicio, surgieron
grupos que dividieron a la comunidad, y que fueron censurados por san Pablo y
por san Juan.
Luego, la lista de desgarrones
se hace larga: gnósticos, nestorianos, arrianos, monofisitas, ebionitas...
Hubo cismas que separaron de
la unidad a cientos de obispos de diversas zonas geográficas, con divisiones
que duran hasta nuestros días. Basta con recordar, entre otras, la separación
de los coptos.
Los desgarrones de los
primeros siglos se produjeron por temas doctrinales o por falta de obediencia.
Una separación antigua que todavía sigue en pie es la del patriarca de
Constantinopla, el año 1054, que dio origen a lo que conocemos como Iglesia
ortodoxa.
Durante la Edad media no
faltaron divisiones graves, como el cisma de Avignon
o la revuelta de los cátaros. Luego, en el Renacimiento y la Edad Moderna, se
separaron grupos amplios de católicos que formaron lo que conocemos como
luteranismo, calvinismo, y un gran número de familias protestantes.
Además, algunos grupos
buscaron crear iglesias nacionales con un enorme poder, como el anglicanismo.
En nuestros días, no han faltado modernistas y otro tipo de corrientes que
provocan nuevos desgarrones entre los católicos.
Cristo rezó por la unidad de
los discípulos, para que fuésemos uno (cf. Jn
17,11-22), porque sabía el daño enorme que se produce cuando nos dividimos, lo
cual ocurre cuando nos apartamos de la verdad y cuando rompemos el amor.
Por eso es tan importante
rezar por la unidad de la Iglesia, estudiar a fondo nuestra fe, conocer la
doctrina católica expresada en los concilios dogmáticos de nuestra historia, y
mantenernos en armonía con aquellos obispos que conservan el patrimonio católico.
Desde la humildad y la
apertura a Dios, podremos conservar el tesoro de la unidad, evitar desgarrones
que tanto daño provocan, e incluso curar divisiones todavía presentes.
De este modo, según la oración
del Señor, podremos reconstruir esa unidad que nace de la verdadera fe, del
amor fraterno, y de la obediencia a los sucesores de los Apóstoles.
Conservaremos, entonces, las
lámparas encendidas. Así, cuando Cristo vuelva a la tierra, encontrará que
hemos sabido mantener la unidad de la fe y del amor como miembros vivos de su
Iglesia.