Tres tipos de hombres
P. Fernando Pascual
11-1-2024
Aristóteles cita en la Ética
nicomáquea (I 4, 1095b10-13) unos famosos versos de Hesíodo que vale la
pena recordar.
“El mejor de todos los hombres
es el que por sí mismo
comprende todas las cosas;
es bueno, asimismo, el que
hace caso al que bien le aconseja;
pero el que ni comprende por
sí mismo
ni lo que escucha a otro
retiene en su mente,
éste, en cambio, es un hombre
inútil” (Hesíodo, Trabajos y días, vv. 293-297).
En su sencillez, el texto
expone tres situaciones humanas que pueden ayudarnos a un pequeño examen de
conciencia.
La primera, considerada como
mejor: la de aquellos que comprenden todo (o muchos asuntos) por sí mismos.
¿Cómo lo logran? Con cierta
perspicacia, con un pensar reflexivo, con atención a los hechos, con un sereno
control de sus emociones (para que no les empujen a juicios precipitados).
Nos gustaría alcanzar esa
primera situación, pero nos damos cuenta de sus enormes dificultades. Basta con
reconocer cómo no tenemos una idea clara de hacia dónde van los precios y cómo
afrontar adecuadamente ciertas enfermedades.
La segunda situación nos
resulta familiar y es sumamente frecuente: dejarse ayudar por un buen
consejero.
¿Quiénes serían buenos
consejeros? Los que tienen más experiencia, los que reflexionan mejor, los que
nos abren horizontes para pensar bien, los que nos advierten ante engaños, los
que nos sugieren lecturas serias y fundamentadas.
Desde luego, no todos los que
dan consejos son buenos consejeros. Incluso un buen consejero ofrece pistas
válidas para algunos temas, pero puede equivocarse en otros.
Lo importante, ante quienes
nos aconsejan (y esperamos que lo hagan bien) es acoger sus ideas y luego
evaluarlas personalmente, en la medida en que podamos distinguir entre las
buenas y las malas.
La tercera situación refleja
la de muchos fracasos, al describir lo que ocurre a quienes ni aprenden por sí
mismos ni se dejan ayudar por sabios consejeros.
Esas personas corren el riesgo
de pensar desde errores, de tomar decisiones sin prudencia, de ser engañados
por su ingenuidad, de fracasar en compras equivocadas o en opciones laborales
que les perjudican, incluso que perjudican a otros.
Ante la descripción de estos
tres tipos de hombres surge espontánea la pregunta: ¿cuál de ellos me describe
mejor?
Podríamos decir que en
ocasiones (ojalá muchas) somos semejantes a los del primer grupo. Otras veces
tenemos la prudencia y la humildad de pedir y acoger ayudas y consejos, como el
segundo grupo. Pero, por desgracia, no faltan ocasiones en las que ni descubrimos
la verdad ni buscamos buenos consejeros.
La vida es breve y llena de
encrucijadas. Frente a las muchas opciones que aparecen ante nosotros, es bueno
detenernos un momento y ver cómo indago la verdad, qué me ayuda a acercarme a
ella, y cómo evitar errores que se producen por prisas o por inexperiencia.
Habrá momentos en los que me
equivoque, o en los que reciba un consejo desorientado. Lo importante, siempre,
es aprender de los errores y caminar con un deseo sincero por pensar bien las
cosas y por abrirnos a buenos consejos.
De esta manera, nos será mucho
más fácil avanzar cada día hacia la meta única que da belleza a la vida humana:
el encuentro con la verdad. Y, más en concreto, con aquella Verdad que da
sentido a toda la existencia: Dios.