Un remedio contra la ligereza
espiritual
P. Fernando Pascual
7-3-2024
En la vida espiritual existen
diversos peligros. Uno de ellos es la superficialidad o ligereza.
¿En qué consiste? En un vivir
sin dar importancia a las cosas, como si fuera indiferente hacer o no hacer el
deber, vivir o no vivir con atención los mandamientos.
San Doroteo de Gaza explicaba
algunos peligros de la ligereza espiritual en una conferencia dedicada al temor
de Dios. Primero, citaba unas palabras de otro monje, Agatón: “No hay pasión
tan perjudicial como la ligereza de espíritu. Ella es la madre de todas las
pasiones”.
En seguida, Doroteo notaba el
gran daño de esa ligereza: aleja al alma del temor de Dios.
¿Cómo describir la ligereza
espiritual? Se trataría de algo multiforme, con diversas manifestaciones. Aquí
se recogen algunas señaladas por san Doroteo. El primer ámbito se refiere a las
palabras:
“La ligereza de espíritu es
multiforme. Se manifiesta en el hablar, en los contactos y en las miradas. Es
ella la que lleva a pronunciar discursos grandilocuentes, a hablar de cosas
mundanas, a hacer bromas o provocar risas disolutas”.
Después se indican modos
erróneos de tratar a otros: “Es por ligereza por lo que se toca a alguien sin
necesidad, por puro placer, se lo acaricia o se toma alguna cosa de él o se lo
mira detenidamente”.
De esta manera, poco a poco el
alma se hace insensible y descuida asuntos más importantes, hasta perder el
respeto y dejar a un lado los mandamientos. Así lo explicaba Doroteo:
“Sin respeto no se puede
honrar a Dios ni obedecer ni una sola vez algún mandamiento. No hay nada más
abominable que la ligereza, porque es la madre de todas las pasiones, aleja el
respeto, expulsa el temor de Dios y da a luz el desprecio”.
En concreto, desde la ligereza
comienza ese terrible mal de la murmuración, que distrae el alma y puede
hacernos despreciar a otros.
En efecto, por culpa de la
ligereza espiritual “unos son descarados con otros, o [...] hablan mal uno de
otro, y se hacen daño mutuamente. Uno de ustedes ve una cosa poco edificante y
va enseguida a murmurar y volcar todo eso en el corazón de otro hermano”.
El daño que uno recibe en sí
mismo por su dispersión y superficialidad se contagia, poco a poco, a los
demás, desde murmuraciones y chismorreos que destruyen la buena fama de
familiares o conocidos.
Un remedio eficaz ante este
peligro consiste en aprender a respetar a otros. Así lo señalaba nuestro santo:
“Por eso al dar los mandamientos de la ley Dios dijo: Que los hijos de Israel
sean respetuosos (Lv 15,31)”.
Ese respeto lleva a guardar la
lengua, a un sano control sobre lo que decimos. “Ninguno hable con maldad a su
hermano ni lo lastime con sus palabras, con sus actos o gestos o de cualquier
otra manera. Tampoco seamos susceptibles. Si uno oye alguna palabra de su
hermano no se sienta herido ni le responda mal para no quedar enemistado con
él. Eso no corresponde a gente que lucha, ni conviene a quienes quieren ser
salvados”.
El temor de Dios se conserva,
por lo tanto, gracias al respeto y cariño hacia los demás. Sobre todo, con un
acto sencillo de humildad y reverencia:
“Tengan temor de Dios, pero
unido al respeto. Cuando se encuentren, inclinen la cabeza delante del hermano
y, como hemos dicho, que cada uno se humille delante de Dios y de su hermano
negando su propia voluntad. Es muy bueno hacer esto: humillarse delante del
hermano y anticiparse a honrarlo. El que se humilla saca más provecho que el
otro”.
En un mundo lleno de palabras
vanas, de mensajes superficiales, de críticas y murmuraciones, la ligereza
espiritual adquiere una fuerza terrible, daña los corazones y nos aparta del
temor de Dios.
Por eso conservan su fuerza
los consejos de san Doroteo de Gaza, que invitan a respetar y, sobre todo,
amar, a nuestros hermanos.
(Los textos aquí recogidos
proceden de la Conferencia IV, sobre el temor de Dios, de san Doroteo de
Gaza).