Un cardenal en la cárcel
P. Fernando Pascual
22-2-2024
Era el 26 de diciembre de
1948. La policía entró en el palacio episcopal. Buscaban a József
Mindszenty, arzobispo de Ezstergom
y cardenal primado de Hungría. En el edificio estaban presentes su madre y
otras personas.
El cardenal fue arrestado y
llevado a un local de la policía donde sufrió todo tipo de torturas:
interrogatorios extenuantes, golpes y amenazas, comida escasa o envenenada con “medicinas”
para destruir su psicología.
Son semanas terribles, que Mindszenty comparte con otros prisioneros que sufren su
misma suerte. La policía, sometida a los intereses de los comunistas, busca que
“confiesen” delitos nunca cometidos, o que denuncien a inocentes.
En febrero de 1949, el
cardenal Mindszenty, acusado de urdir un complot
contra el Estado, sufrió un proceso judicial “demostrativo”. Apareció ante los
jueces y el público como un hombre fuertemente probado, con poca capacidad de
reacción, quizá dañado en su psicología.
El proceso, como deseaban los
comunistas, condenó a Mindszenty a cadena perpetua.
En el apelo se pidió, incluso, la pena de muerte, pero los jueces quedaron “contentos”
con la pena anterior.
El cardenal, muy debilitado,
fue llevado al hospital de una primera cárcel. Luego, a una cárcel más severa,
donde pasaría varios años con penalidades de todo tipo.
En sus famosas “Memorias”
narró con detalle esos lentos días, meses, años, de prisión, aislado del mundo,
incluso de los demás presos, sin noticias y con tratos pésimos.
Mindszenty tenía 56 años en el momento del arresto,
pero ya antes había tenido problemas de salud. Durante la prisión perdió peso y
sufrió numerosas dolencias, pero pudo sobrevivir a pesar de que habría sido un
alivio para las autoridades si hubiera fallecido “por enfermedad”.
Experimentó esa terrible
soledad del prisionero, expuesto continuamente a las vejaciones de los
carceleros. Pero aprendió a aprovechar los pocos espacios que tenía para
reflexionar, leer, rezar, incluso celebrar la misa cuando se lo permitían.
Pudo tener el alivio del amor
de su madre, que nunca dejó de apoyarle desde fuera de la cárcel, a pesar de
ser una mujer anciana y de pocos recursos. Las pocas veces que podían
encontrarse, siempre bajo la mirada de la policía, eran un auténtico momento de
consuelo para el cardenal.
En pocas ocasiones, encontró
detalles de humanidad por parte de algunos policías o carceleros. Los había
crueles, duros, deseosos de hacer sufrir a los presos. Pero también había otros
que mostraban ese afecto natural que nos une como seres humanos, especialmente
ante una desgracia.
Sobre todo, el cardenal
encarcelado recurría a Dios. Rezar se convirtió en una fuente de fortaleza y en
un modo sencillo de unirse a la Iglesia. El rosario era repetido una y otra
vez. Cuando se lo permitían, recitaba la Liturgia de las Horas (el Breviario).
La misa era celebrada, a pesar
de las interrupciones de los carceleros, con todo el tiempo necesario, y en
ella Mindszenty pedía por sus seres queridos, por las
almas, por la Patria húngara.
Así lo expresan sus “Memorias”:
“El ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa era para mí, cuando obtenía
permiso para ello, punto central del día. Duraba dos horas y media o tres.
Durante el mismo rezaba a la intención de las necesidades y penalidades de la
Iglesia y la patria húngara. Incluía siempre en mis oraciones al Papa, los
cardenales y los obispos, los sacerdotes, los enfermos, mi madre, mi hermana,
mis seminaristas, cuantos vivían en la búsqueda de la verdad y también a los
enemigos, los carceleros, los presos, los fugitivos húngaros, los padres y
madres, los jóvenes y la vida familiar húngara”.
Mindszenty, un cardenal en la cárcel, supo unir su
dolor humano al de miles de prisioneros de todos los tiempos y en todo tipo de
circunstancias. Y ofreció su sacrificio, como sacerdote y obispo, a Cristo, que
intercede ante el Padre por la salvación de todos los hombres.
(Las ideas y el texto aquí
transcrito proceden del siguiente libro: József Mindszenty, “Memorias”, Luis de Caralt,
Barcelona 1976).