La condena universal contra la pereza
P. Fernando Pascual
15-2-2024
Diversos autores han observado
cómo en todos los pueblos y en todas las épocas encontramos una fuerte condena
contra la pereza.
Esta condena universal puede
explicarse, inicialmente, por el hecho de que el perezoso no colabora ni ayuda
a los otros, ni siquiera en las tareas básicas de la familia o del mundo del
trabajo.
Pero puede encontrarse una
raíz más profunda: descubrir en la pereza una especie de enfermedad interior
que afecta al núcleo más propio del ser humano, que consiste en promover
acciones orientadas al bien.
Porque esa es la
característica de la pereza: paralizar a la persona, por miedo al esfuerzo, o
por egoísmo, o para evitarse sufrimientos difíciles, cuando todos estamos
llamados a “invertir” nuestras vidas en acciones buenas.
Por desgracia, la condena
universal contra la pereza no impide que existan personas que sucumben a este
vicio. Incluso hemos de reconocer que nosotros mismos nos vemos afectados por
formas de pereza temporal o selectiva.
La pereza temporal se produce
cuando en determinados momentos, a veces con motivos más o menos justificados,
el cansancio afecta a la persona hasta llevarla a eludir esfuerzos necesarios
para la vida cotidiana.
La pereza selectiva surge ante
tareas poco atrayentes, o que vemos difíciles, o que consideramos como “peligrosas”
por los sufrimientos que pueden provocar.
En numerosos casos de
enfermedades físicas o mentales no existe una auténtica pereza, porque la
persona queda “encadenada” por factores que no puede controlar y que merecen
ser atendidos desde el punto de vista médico.
Fuera de esos casos, la pereza
ha de ser combatida con paciencia, energía, incluso con valor, de forma que
podamos emprender tareas útiles para uno mismo y para los demás.
La vida es demasiado breve
para perderla por culpa de una pereza dañina. Necesitamos encender los
corazones, desde el amor y para el amor, de forma que venzamos cualquier
tentación de pereza.
Contamos, sobre todo, con la
ayuda de Dios, que inspira buenas acciones, que fortalece voluntades, y que nos
infunde esa esperanza que vence perezas y que permite emplear mente, corazón y
manos en tantas tareas buenas que tenemos ante nuestros ojos.