Relatos

P. Fernando Pascual

5-1-2024

 

Leemos dos relatos sobre la misma batalla. En el primer relato, los azules lucharon con disciplina y valor, llenos de entusiasmo por su causa, y con un respeto caballeresco hacia los enemigos que se rendían.

 

En el segundo relato, los azules eran indisciplinados, violentos, arbitrarios, hasta llegar a cometer atrocidades terribles sobre los heridos entre las filas de los soldados enemigos y sobre los civiles de la zona.

 

Como es obvio, o uno de los relatos es completamente falso o, lo que suele ser más probable, los dos relatos distorsionan la verdad de los hechos mientras mezclan algunos elementos de verdad.

 

Se comprende que en una batalla ocurren cientos de acciones y comportamientos que ningún relato podrá recoger en toda su complejidad.

 

Pero también se comprende que quienes elaboran relatos, narraciones, historias sobre cualquier hecho, corren el peligro de distorsiones, incluso de manipulaciones, que les llevan a presentar los hechos de modo falseado.

 

Lo que se aplica al relato de una batalla ocurre también ante hechos más sencillos. Basta con escuchar a unos esposos que inician el divorcio para darse cuenta de cómo el relato de un cónyuge es casi opuesto al relato del otro.

 

Incluso uno mismo, cuando recuerda y relata un hecho de su propia historia personal, hoy lo narra de una manera y dentro de unos años lo verá y lo explicará de un modo bastante diferente.

 

Frente al fenómeno de las distorsiones en los relatos, que pueden ser intencionales y llenas de mentiras, conviene recordar que los hechos valen mucho más que los relatos, y que mil mentiras no pueden ahogar la verdad.

 

Por desgracia, un relato falso puede durar años, incluso siglos, en el modo de explicar hechos del pasado sin el menor respeto hacia la verdad.

 

Sabemos, sin embargo, que existe un Dios que lleva en su corazón lo que ocurre en cada detalle de la historia humana, y que es capaz de abarcar el único relato verdadero.

 

Ese Dios, en el día del juicio final, nos abrirá los ojos para reconocer que aquel “héroe” era un pobre desgraciado lleno de ambiciones asesinas, y que aquel “villano” presentado en miles de relatos como un sinvergüenza tenía un corazón bueno y supo vivir en la justicia...