Un remedio contra la
corrupción
P. Fernando Pascual
19-12-2023
La corrupción surge, sobre
todo, desde ambiciones y deseos por tener más, por gozar fácilmente de
placeres, riquezas, fama y poder.
Platón analizó, especialmente
en la República, cómo la avidez (en griego, pleonexía)
llevaba a muchos a cometer diversos tipos de delitos, con el fin de disfrutar
al máximo y de evitar deberes costosos.
La avidez puede orientarse a
conquistar más dinero, a recibir más aplausos, a gozar de más bienes
materiales, a disfrutar de placeres casi sin límites.
Esa avidez, sin embargo,
encierra un veneno autodestructivo: el deseo por sí mismo no se autocontrola, y
puede provocar enfermedades y, sobre todo, corrupción moral, como señala Platón
en la misma República y en otro diálogo titulado Gorgias.
Si la corrupción surge desde
la avidez, el remedio para evitarla, o para curarla si ya ha entrado en
nuestras almas, consiste en un paciente y continuo autocontrol, que limite
nuestros deseos excesivos y nos lleve a contentarnos con lo que resulte suficiente
para llevar adelante una vida honesta y tranquila.
Hablar de autocontrol puede
resultar difícil, sobre todo en sociedades que parecen orientarse a una
continua búsqueda de comodidades, viajes, experiencias, aparatos electrónicos
muy sofisticados, y una amplia gama de productos de consumo.
Pero si se presenta el
autocontrol como algo positivo, como algo que promueve vidas sanas, que
facilita las relaciones en familia y con las demás personas, que genera en el
propio corazón paz y honradez, entonces empezamos a verlo en toda su
positividad.
El mundo ha sufrido y sufre
por la corrupción de quienes se han dejado arrastrar por las diversas formas de
avidez y de soberbia. Guerras, injusticias, desenfreno, enfermedades
ocasionadas por comportamientos irresponsables, han provocado y provocan dolores
a millones de víctimas, y también a los mismos verdugos.
Para enderezar el camino, para
curar los corazones, para construir un mundo más armonioso y más justo,
necesitamos poner en marcha un esfuerzo continuo, de modo especial en la
educación de las nuevas generaciones, para que el autocontrol frene avaricias desordenadas.
Entonces veremos, con alegría,
cómo la corrupción deja espacio a la honradez, y cómo una vida sobria y
ordenada produce alegrías y satisfacciones sencillas, buenas y asequibles, para
nuestro bien temporal y para avanzar en el camino hacia el encuentro eterno con
un Dios justo y misericordioso.