Emociones e ideas
P. Fernando Pascual
13-12-2023
Pensamos sobre muchos temas y
desde experiencias más o menos concretas. Al pensar, nuestras ideas fluyen
acompañadas de sentimientos y emociones diferentes.
Así, pensar en los problemas
de tráfico puede suscitar en unos tristeza, en otros derrotismo, en otros
rabia, en otros desprecio hacia otros.
Son muchos los temas que
pensamos “desde el corazón”, y conviene tomar conciencia de qué sentimientos y
emociones rodean ahora mi mente al pensar en un político concreto, en un
familiar o en el jefe de trabajo.
Existen libros y conferencias
que abordan este fenómeno y que ayudan a comprender un poco lo que pasa dentro
de nosotros. Como botón de muestra, se pueden consultar interesantes propuestas
en un libro titulado Conversaciones cruciales.
Constatar qué emoción envuelve
mi mente al pensar en el futuro, o en una enfermedad, o en un trabajo difícil,
puede ayudarnos a evitar que la emoción “secuestre” nuestra mente y nos lleve a
pensar de modo incorrecto.
En concreto, podemos fijarnos
en dos ámbitos de influjo de las emociones que merecen ser “controlados”. El
primero se refiere a los mismos hechos que suscitan las emociones. El segundo,
al modo de juzgarlos.
Respecto de lo primero, ocurre
que surgen emociones desde “hechos” que no lo son. A veces se trata de una
suposición no fundada (“esta persona me critica a mis espaldas”), que aparece
desde un sentimiento de antipatía hacia otro.
Es importante prestar atención
cuando notamos que ciertas emociones nos apartan de la realidad, incluso nos “secuestran”
hasta el punto de suponer como verdades cosas que no lo son.
El segundo ámbito se refiere a
nuestro modo de reflexionar sobre cada hecho. Una emoción fuerte puede
distorsionar mi mirada, hacer que dé excesiva importancia a lo que no la tiene,
o incluso orientarme a reacciones que son completamente inadecuadas ante la
realidad.
Por eso, siempre que empezamos
a pensar con emociones más o menos intensas, necesitamos tomar conciencia de
esas emociones para que no nos lleven a apartarnos de la realidad, y para que
no provoquen en nosotros ideas y reflexiones equivocadas.
Ello no significa renunciar a
nuestra vida afectiva. Es imposible pensar con sangre fría, pues continuamente
experimentamos estados de ánimo, aunque a veces sean casi imperceptibles.
No somos de piedra. Pero
podemos identificar nuestras emociones, lo cual es de gran ayuda para ser menos
arbitrarios en algunas reflexiones y para buscar una mirada que permita pensar
con ideas que se acerquen, lo más posible, a la realidad concreta que rodea
nuestras vidas.