Rezar desde una confianza
atrevida
P. Fernando Pascual
7-12-2023
A veces tenemos miedo de pedir
a Dios salud, o trabajo, o consuelo, o la gracia de una conversión auténtica,
sobre todo si nos reconocemos indignos pecadores.
En realidad, Cristo nos invita
a pedir sin miedo, incluso con atrevimiento. Dios es Padre, y se complace
cuando encuentra un corazón que pide una gracia con insistencia.
Esta idea aparece
frecuentemente en las homilías de san Juan Crisóstomo sobre el Evangelio de San
Mateo.
Como ejemplo, en la homilía
22, que comenta Mt 6,28 y siguientes, podemos leer estas palabras
dirigidas a quien tenga miedo de pedir algo a Dios por reconocerse pecador:
“No digas, pues: Dios es
enemigo mío y no me escuchará. Si le insistes sin desfallecimiento, te
contestará inmediatamente. Y, si no te escucha por amistad, lo hará al menos
por tu importunidad. Aquí ni la enemistad ni lo inoportuno de la hora ni otra
cosa alguna es impedimento ninguno. Tampoco has de decir: Yo no soy digno y por
eso no hago oración. Tampoco la mujer cananea era digna y fue escuchada. No
digas en fin: He cometido muchos pecados y no puedo rogar al mismo que he
irritado. No, Dios no mira los merecimientos, sino la intención. Si aquella
viuda del evangelio logró doblar con sus ruegos al juez que no temía a Dios ni
se le daba un bledo de los hombres, ¿cuánto más no nos atraerá a Dios la
continua oración, a Dios, que es la bondad suma?”
El texto sigue con expresiones
sumamente audaces:
“De suerte que, aun cuando no
fueras amigo suyo, aun cuando no tengas derecho a reclamarle una deuda, aun
cuando hubieras consumido y despilfarrado tu herencia paterna y hubieras por
mucho tiempo desaparecido de casa, aunque estés deshonrado y seas el deshecho
del mundo, aun cuando le hayas ofendido e irritado, basta que quieras
suplicarle y volverte a Él para que al punto lo recobres todo y aplaques su ira
y anules la sentencia que contra ti pesaba”.
Un poco más adelante, y
siempre desde enseñanzas del Evangelio, san Juan Crisóstomo invitaba a rezar
incluso a deshora, con una confianza atrevida:
“Acudamos a hora y a deshora;
o, por mejor decir, siempre es hora para acudir a Dios. La deshora es no
acercarnos a Él continuamente. A quien siempre tiene ganas de dar, siempre es
hora de irle a pedir. Como nunca es inoportuno respirar, así tampoco lo es el
orar. Y es así que como necesitamos la respiración corporal, así nos es
necesaria la ayuda de Dios. Y, si queremos, bien fácil es hacérnoslo propicio”.
Es cierto que a veces somos
realmente indignos de pedir algo. Sin embargo, basta un poco de humildad para
que Dios nos llene de bendiciones. Así lo explica la homilía que estamos
citando:
“Porque cuando Dios nos ve
indignos de recibir sus beneficios, Él se los retiene para que no nos volvamos
tibios. Pero con un poco que nos convirtamos, tan pronto como reconocemos que
hemos pecado, otra vez vuelve a brotar la fuente de sus gracias y otra vez
derrama el piélago de sus beneficios”.
Dios se enfada cuando no le
pedimos. En cambio, cuanto más le pedimos, tanto más se alegra. En palabras de
Juan Crisóstomo:
“Y es el caso que cuanto tú
más recibas, más se alegra Él y más dispuesto está a seguir dándote. Dios tiene
por propia riqueza nuestra salvación. Y su gloria está en dar copiosamente a
cuantos le piden. Que es lo que declaraba Pablo, cuando decía: Rico para con
todos y sobre todos los que le invocan (Rom 10,12). Cuando Dios se
irrita es cuando no le pedimos. Cuando no le pedimos, nos aparta su rostro. Él
se hizo pobre para que nosotros fuéramos ricos. Para invitarnos a pedirle
sufrió todos sus tormentos”.
Dios siempre tiene ganas de
dar. Vale la pena recordarlo, para pedir por aquello que más necesitamos, la
salvación; para pedir por familiares, amigos y conocidos; y para suplicar por
un mundo que necesita urgentemente los dones que proceden de nuestro Padre que
está en los cielos.