La exhortación Laudate Deum del
Papa Francisco
P. Fernando Pascual
1-12-2023
El 4 de octubre de 2023,
fiesta en Italia de san Francisco de Asís, el Papa Francisco publicaba una
exhortación apostólica dedicada por entero a la situación climática y ambiental
del planeta.
Su título era Laudate Deum. Con
ella actualizaba reflexiones y propuestas ya ofrecidas por el mismo Francisco
en la encíclica Laudato si’ (del año
2015).
La nueva exhortación
apostólica tenía una breve introducción y luego 6 capítulos (o secciones). Las
diferentes ideas estaban organizadas en 73 numerales.
Para comprender el sentido de Laudate Deum
resulta útil tener una visión panorámica de la situación mundial, así como
recordar algunas intervenciones de los dos papas anteriores (Juan Pablo II y
Benedicto XVI).
Nuestro planeta ha sufrido
cambios radicales desde el rápido desarrollo de la tecnología y de sus
aplicaciones, en lo que conocemos como “revolución industrial”, sobre todo a
partir del siglo XIX.
Los cambios han provocado
fenómenos novedosos, como un notable incremento de la población, un gran
movimiento migratorio desde el campo hacia las ciudades, un aumento
generalizado de la producción y del consumo de nuevos aparatos y bienes de
consumo.
Al mismo tiempo, se ha
desarrollado una fuerte conciencia ante cambios en el ambiente, sea por la
contaminación en ríos, campos, ciudades, mares, y en la atmósfera en general,
sea por cambios climáticos de diverso tipo.
Los cambios no han pasado
percibidos para quienes trabajan en el ámbito de la cultura, con reacciones que
van desde un optimismo hacia el progreso tecnológico, que, según los
optimistas, sería capaz de solucionar los problemas que van apareciendo, hasta un
pesimismo, que ve en los rápidos cambios de los últimos 200 años un grave
peligro para el planeta y para la misma especie humana.
Frente a esta situación, la
Iglesia ha ofrecido diversas reflexiones orientadas a comprender lo que ocurre
y a recordar principios éticos que permitan evitar daños más o menos graves
para el ambiente y para la humanidad.
Ya desde el inicio de su
pontificado, Juan Pablo II ofreció, en su primera encíclica (1979) estas
reflexiones:
«El inmenso progreso, jamás
conocido, que se ha verificado particularmente durante este nuestro siglo, en
el campo del dominio del mundo por parte del hombre, ¿no revela quizá él mismo,
y por lo demás en un grado jamás antes alcanzado, esa multiforme sumisión ‘a la
vanidad’? Baste recordar aquí algunos fenómenos como la amenaza de
contaminación del ambiente natural en los lugares de rápida industrialización,
o también los conflictos armados que estallan y se repiten continuamente, o las
perspectivas de autodestrucción a través del uso de las armas atómicas: el
hidrógeno, el neutrón y similares, o la falta de respeto a la vida de los no‑nacidos.
El mundo de la nueva época, el mundo de los vuelos cósmicos, el mundo de las
conquistas científicas y técnicas, jamás logradas anteriormente, ¿no es al
mismo tiempo un mundo que ‘gime y sufre’ y ‘está esperando la manifestación de
los hijos de Dios’?» (Redemptor hominis,
n. 8, cf. también lo que se dice en el n. 16 de la misma encíclica).
En la segunda encíclica de san
Juan Pablo II sobre temas sociales, titulada Sollicitudo
rei socialis y
publicada en el año 1987, se volvía sobre el tema de las consecuencias
provocadas por ciertos modelos de industrialización. Aquí el texto:
«La tercera consideración se
refiere directamente a las consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobre
la calidad de vida en las zonas industrializadas. Todos sabemos que el
resultado directo o indirecto de la industrialización es, cada vez más, la
contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la salud de la
población.
Una vez más, es evidente que
el desarrollo, así como la voluntad de planificación que lo dirige, el uso de
los recursos y el modo de utilizarlos no están exentos de respetar las
exigencias morales. Una de éstas impone sin duda límites al uso de la naturaleza
visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto,
ni se puede hablar de libertad de ‘usar y abusar’, o de disponer de las cosas
como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el
principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de ‘comer del fruto
del árbol’ (cf. Gen 2,16s), muestra claramente que, ante la naturaleza
visible, estamos sometidos a leyes no solo biológicas sino también morales,
cuya transgresión no queda impune.
Una justa concepción del
desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones ‑relativas al uso
de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las
consecuencias de una industrialización desordenada‑, las cuales ponen
ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir el desarrollo»
(Sollicitudo rei socialis, n. 34).
El párrafo apenas reproducido
es sumamente rico, pues conecta el tema del desarrollo con la ética, y recuerda
la distinción entre “usar” y “abusar” que viene de san Agustín y que Karol Wojtyla había empleado en su famoso libro Amor y
responsabilidad.
En la encíclica apenas citada
encontramos un poco más adelante otro número que aborda la cuestión ecológica y
los peligros para el ambiente que surgen cuando se adopta una errónea manera de
comprender al ser humano.
«Es asimismo preocupante,
junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculado con él, la
cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que
de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la
tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente
natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro
tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto
sentido, de ‘crear’ el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se
desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las
cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra,
sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía
propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar
ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con
ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada
por él.
Esto demuestra, sobre todo,
mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las
cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud
desinteresada, gratuita, estética que nace del asombro por el ser y por la belleza
que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha
creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes
y de su cometido para con las generaciones futuras» (Centesimus
Annus, n. 37, cf. también el n. 40).
Si pasamos a Benedicto XVI,
podemos recordar un capítulo entero ofrecido en una encíclica dedicada a los
temas sociales y titulada Caritas in veritate
(del año 2009). Se trata del capítulo IV, titulado «Desarrollo de los pueblos,
derechos y deberes, ambiente». En una sección de ese capítulo (que abarca los nn. 48-52) expone más a fondo los temas ambientales. Sin
resumir esa amplia sección, podemos al menos recordar lo que se dice al inicio
del n. 48:
«El tema del desarrollo está
también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con
el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa
para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras
y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al
ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido
de la responsabilidad en las conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza
el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre
puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades
materiales e inmateriales respetando el equilibrio inherente a la creación
misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como
un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son
conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de
Dios» (Caritas in veritate, n. 48).
En el pontificado del Papa
Francisco el tema de la tutela del ambiente ocupa un lugar clave, y se coloca
en línea del magisterio anterior, con elementos de continuidad respecto de los
párrafos apenas reproducidos y de otras intervenciones elaboradas en las
últimas décadas.
Ocupa un lugar único sobre el
tema la encíclica Laudato si’,
publicada el 24 de mayo de 2015 y con la mirada puesta en la conferencia sobre
el clima que iba a tenerse en París y conocida como COP21.
No resumimos ahora esta
importante encíclica, sobre la que ya existen abundantes estudios y
reflexiones. Nos fijamos ahora en algunos puntos clave del siguiente documento
del Papa Francisco, la exhortación Laudate Deum, cuyas características generales fueron ya
indicadas al inicio de estas líneas.
Un primer acercamiento al
índice ya permite entrever los principales argumentos desarrollados por el
papa, que son los siguientes (según el elenco de capítulos o secciones de la
exhortación):
1. La crisis climática global
2. Más paradigma tecnocrático
3. La debilidad de la política
internacional
4. Las conferencias sobre el
clima: avances y fracasos
5. ¿Qué se espera de la COP28
de Dubai?
6. Las motivaciones
espirituales
Uno de los contenidos que más destaca
se refiere a la crisis climática, que recibe diversas denominaciones (cambio
climático, calentamiento global, etc.). El documento recoge algunos datos
científicos y responde a quienes consideran que la situación no sería tan
urgente o que los datos no permitirían señalar al ser humano como responsable
de lo que está ocurriendo.
Para el papa, sin embargo, las
investigaciones recientes permitirían concluir que la humanidad es en parte
responsable de los fuertes cambios que se constatan en el clima y el ambiente
en general, y que sería urgente tomar medidas concretas para paliar los daños
provocados y, sobre todo, para prevenir un empeoramiento drástico e irreparable
de la situación (Laudate Deum, nn. 11-19, entre
otros).
La raíz de la actual
situación, como ya habían indicado los papas anteriores, se encuentra en una
mentalidad tecnocrática, unida a la ambición de poder, que lleva a perder la
necesaria medida en el modo de relacionarnos con el mundo que nos rodea, un mundo
que no puede ser visto como materia completamente disponible a cualquier deseo
humano. Este punto ya había sido desarrollado en Laudato
si’, y recibe en Laudate Deum nuevas reflexiones (sobre todo en los nn. 20-33, es decir, a lo largo de la segunda sección).
Laudate Deum cree que hay soluciones, pero constata cómo
diversos esfuerzos internacionales, mencionados de modo específico, no han
logrado poner en marcha proyectos eficaces que permitan afrontar los enormes
retos que el mundo estaría viviendo en estos momentos.
Por eso el papa subraya los
posibles niveles de respuesta ante esos retos, dando un relieve especial a la
multilateralidad, que no habría que confundir con un gobierno mundial radicado
en una persona o en una élite (cf. n. 35).
En buena parte del documento
se alude a lo que hasta ahora se ha emprendido, a nivel internacional, con
menciones concretas a encuentros como los de París, y con la mirada puesta
hacia la COP28 (Dubai, del 30 de noviembre al 12 de
diciembre de 2023).
También se alude a otras
posibles acciones, como las que se pueden emprender desde la sociedad civil, e
incluso desde las personas particulares. Si bien el acto de una persona
concreta o de una familia puede tener una relevancia mínima, sin embargo no deja
de ser una contribución ante la emergencia actual. Así lo explica el documento
en el n. 71:
«El esfuerzo de los hogares
por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va
creando una nueva cultura. Este solo hecho de modificar los hábitos personales,
familiares y comunitarios alimenta la preocupación frente a las responsabilidades
incumplidas de los sectores políticos y la indignación ante el desinterés de
los poderosos».
En un intento por tener una
visión de síntesis de Laudate Deum, destaca la llamada, dirigida a todos, a tomar
conciencia de la grave situación que vive el planeta, así como la denuncia de
aquellos errores ideológicos que han provocado la crisis ambiental. En
concreto, el papa señala el modo equivocado de exaltar el progreso tecnológico,
el deseo desordenado de disfrute y la ambición de poder, sobre todo por parte
de algunos grupos que tienen en sus manos buena parte del destino del planeta.
Al mismo tiempo, el papa
invita a todos a intervenir para paliar daños, para alejar peligros, y para
abrir el camino de la humanidad hacia una mayor integración con el planeta en
el que vivimos, desde la responsabilidad que tenemos sobre todo hacia las generaciones
futuras, que dependen casi por completo de lo que ahora nosotros decidamos en
favor del mundo que Dios nos ha dejado como don y como condición imprescindible
de nuestra misma existencia terrena.