Tener respuestas

P. Fernando Pascual

25-11-2023

 

No hay respuestas para todo. Pero es bueno tener respuestas para tantas preguntas.

 

Por eso nos gusta encontrar a alguien que nos responda a preguntas de todo tipo, desde las más sencillas hasta las más complejas.

 

¿Cómo llegar a esa tienda de frutas? ¿En qué días de la semana atiende el médico? ¿Cuánto cuesta un autobús para aquella localidad?

 

Quienes responden (esperamos que desde buenas verdades) ofrecen una hermosa ayuda a quienes buscan resolver sus dudas.

 

Tener respuestas, por lo tanto, permite ayudar a otros, en lo pequeño (¿cuál es la capital de un país pequeño?) y en asuntos que tanto nos importan (¿qué buen médico puede ayudarme a comprender mi estado de salud?).

 

En cierto sentido, quien tiene respuestas se convierte en un servidor, en alguien que “posee” ideas y datos con los que puede luego dar una mano a otros en asuntos diferentes.

 

En cambio, no tener respuestas nos impide ofrecer ayuda a quien ahora busca, a veces con urgencia, resolver esa pregunta tan relevante para su vida o para la vida de un ser querido.

 

Por eso, cuando respondemos con humildad “no lo sé”, sentimos algo de pena. Seguramente, también surge en nosotros un deseo por abrirnos a nuevos temas para estudiarlos y tener así, en el futuro, respuestas disponibles para otros.

 

Esa es la belleza del tener respuestas: la de contribuir un poco en el esfuerzo de la familia humana por resolver problemas y preguntas, con pistas y buenas afirmaciones que nos acerquen a una de las metas más apreciadas por los humanos: la meta de la verdad.