A vueltas con la evolución
P. Fernando Pascual
20-10-2023
Al encontrarse con alguien que
pone en duda o incluso que niega el valor de las teorías sobre la evolución de
las especies, suele responderse con la ayuda de dos tesis más o menos generalizadas.
La primera tesis lleva a
reafirmarse en las teorías a favor de la evolución, porque estarían apoyadas
por casi todos los científicos y porque son parte de nuestro patrimonio
cultural.
La segunda tesis consiste en
considerar al “antievolucionista” como alguien
equivocado por culpa de prejuicios anticientíficos o pseudorreligiosos, quizá
también por errores a la hora de interpretar la inmensa mole de datos a favor
de la evolución.
Las dos tesis, en quienes
tienen una cultura media y no pertenecen al mundo de los especialistas, sirven
no solo ante el tema de la evolución, sino ante otros muchos argumentos.
Fijémonos brevemente en esas
dos tesis. La primera se construye sobre lo que Aristóteles llamaba “opiniones
autorizadas” o prestigiosas.
Las opiniones autorizadas (en
griego, éndoxa), son aquellas consideradas
como verdaderas por todos los hombres, o por la mayoría, o por los más
competentes (los sabios o, como diríamos hoy, los científicos).
Ante una opinión autorizada,
es fácil dar el propio asentimiento. Respecto al tema concreto de la evolución,
si la mayoría la acepta, si un número incontable de científicos la sostiene y
defiende, tendría que ser aceptada como verdadera.
La segunda tesis establece que
quienes sostienen ideas contrarias a lo que defienden los científicos (o la
mayoría) pensarían con prejuicios equivocados, o tendrían poca competencia
intelectual, o estarían sometidos a “líderes” que enseñan errores con más o
menos fuerza.
Desde luego, cuando
encontramos a una persona que pone serias objeciones a las teorías evolutivas,
lo mejor sería responder con un buen estudio sobre las mismas, lo cual no es
fácil, pues se requiere una enorme competencia científica para lograr un buen
nivel de dominio de esa materia.
Por eso resulta normal
recurrir a estas dos tesis como un modo rápido y más o menos convincente para
superar al “adversario” y dejarlo fuera de combate: poco podrá decir ante tesis
tan poderosas.
A pesar de que usamos con
mucha frecuencia esas tesis, desearíamos tener tiempo para ir más a fondo en el
estudio de las teorías de la evolución y de otros temas que tanto interés
tienen para comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos.
Por eso, no podemos quedarnos
en esas tesis que, según muchos creen bastarían para aceptar la evolución, sino
que necesitamos, en la medida en la que el tiempo lo permite, afrontar su
estudio seriamente.
Ello implica, por un lado,
alcanzar un buen conocimiento de los datos que usan los defensores de la
evolución de las especies, así como sus presupuestos, algunos de los cuales son
de naturaleza filosófica.
Por otro lado, resulta
estimulante y provechoso escuchar a quienes proponen críticas bien elaboradas,
pues ayudan a despertar nuestro espíritu crítico y a dedicar parte de nuestro tiempo
a profundizar en el tema de la evolución.
Un tema, no podemos olvidarlo,
que tiene una gran importancia, sobre todo cuando surge esa pregunta que merece
lo mejor de nuestro tiempo: ¿los seres humanos somos un simple y casual
resultado de un proceso evolutivo, o nuestro origen nos abre a pensar en un
Dios que dirige y orienta los procesos naturales a un fin que supera en mucho
lo simplemente biológico?
Son preguntas centrales para
la existencia humana, pues el modo de pensar y de vivir depende, en buena
parte, de la manera con la cual nos vemos a nosotros mismos y, sobre todo, como
entendemos en qué manera se puedan explicar fenómenos tan complejos como el
pensamiento abstracto y la responsabilidad ética.