Nuevos comensales en el
banquete de la vida
P. Fernando Pascual
20-10-2023
Cada nueva concepción humana
nos pone ante un evento único, irrepetible: la llegada de un nuevo comensal en
el gran banquete de la vida.
Por eso celebramos con tanta alegría
el nacimiento de un hijo. Por eso recordamos, año tras año, el día del
cumpleaños.
Sin embargo, ha existido, y
existe, un modo incorrecto de ver cada nueva vida humana: como una amenaza, un
empobrecimiento, incluso un peligro.
En el mundo griego antiguo,
por ejemplo, ya hubo propuestas y planes para evitar nacimientos considerados “en
exceso”, como si fuesen un obstáculo para la sana vida de las ciudades.
A lo largo de los siglos,
algunas familias han recibido la noticia de la llegada del nuevo hijo con
inquietud, con miedo, incluso con pena: ¿habrá comida para todos, o nos faltará
lo necesario para el recién llegado y para los demás miembros de la familia?
Existen, no podemos negarlo,
situaciones en las que la llegada de un nuevo hijo exige a la familia, a la
aldea, a la sociedad en su conjunto, un esfuerzo para proveer a su comida, su
salud, sus estudios, sus bienes materiales.
Pero todo el esfuerzo que
emprendamos ante la llegada de una nueva vida no puede compararse con la
belleza de esa existencia que llama a la puerta de padres, hermanos,
familiares, y de tantas personas de buena voluntad.
Habrá que ajustar los espacios
en la casa, muchas veces ya vista como estrecha. Habrá que imaginar cómo hacer
que llegue el pan para todos. En ocasiones, habrá que pedir ayuda a otros
familiares y amigos para seguir adelante.
Cualquier esfuerzo vale la
pena para que todos y cada uno de los nuevos comensales que inician el camino
de la vida encuentren apoyo, bienes materiales, y un respeto profundo que nace
del amor.
Cada uno de nosotros, nacidos
en contextos y lugares muy diferentes, tenemos una dignidad única, una vocación
temporal y eterna que explica nuestro valor.
Existimos, no podemos
olvidarnos, desde el amor infinito de un Dios que es Padre y que cuida de todos
y de cada uno de sus hijos. También del hijo que ahora ha iniciado su
existencia en el seno materno.
Ese hijo vivirá en pobreza o
en abundancia, vivirá enfermo o sano, vivirá unos meses o más de 80 años. Lo
importante es descubrir que el recién llegado tiene su lugar en nuestro mundo
y, sobre todo, es infinitamente amado por Dios, que cuida de los lirios del
campo y de las aves del cielo... (cf. Lc
12,22-31).