Aborto y convicciones
personales
P. Fernando Pascual
6-10-2023
La idea aparece con cierta
frecuencia al hablar sobre el aborto: el Estado busca el bien común, pero no
puede imponer visiones éticas concretas ni condenar a personas que actúan según
sus convicciones personales.
El argumento, visto de otra
manera, sostiene que cada uno puede tener convicciones y principios éticos más
o menos concretos, pero que no puede imponerlos a los demás, lo cual se
aplicaría, según dicen, al tema del aborto.
Así, según este argumento, el
aborto quedaría presentado como un asunto privado, sobre el que decide cada
mujer de acuerdo con sus convicciones y sin que nadie pueda imponerle
principios como los que defienden los grupos provida.
El argumento, sin embargo,
tiene un error de fondo: presentar el aborto como una elección de una persona
sobre su modo de vivir según sus convicciones, cuando en realidad en cada
aborto está en juego otra vida, la de un hijo.
Sorprende, sin embargo, cómo
se busca “invisibilizar” al hijo para defender la despenalización o la
legalización del aborto como si se tratase de una opción de la madre que no
afectaría a nadie más que a ella.
El aborto, hay que
reconocerlo, consiste en eliminar, matar, una vida humana ya iniciada. Más en
concreto, si el aborto es elegido por la madre, consiste en eliminar, matar, al
propio hijo.
El tema del aborto, por lo
mismo, no es un asunto que atañe únicamente a la mujer, a la madre, sino que
afecta al hijo, cuya vida está en un momento único y lleno de posibilidades.
La defensa de la dignidad y de
los derechos de todo ser humano implica tutelar y promover la vida también de
los hijos antes y después del parto.
Es erróneo, por lo tanto,
presentar el tema del aborto como un asunto privado, como si se tratase de algo
que dependiese de las convicciones personales de cada uno.
En realidad, es un asunto
claramente público, pues la auténtica búsqueda del bien común se construye
desde el respeto al derecho básico de la vida de todo ser humano, también de
los hijos antes de nacer.