Hans Jonas
y el cuidado del ambiente
P. Fernando Pascual
15-9-2023
En la continua atención por
los temas ambientales y por el cuidado del planeta Tierra vale la pena recordar
las reflexiones y enseñanzas de un gran filósofo del siglo XX: Hans Jonas (1903-1993).
Su obra, El principio
responsabilidad, publicada en 1979, fue un grito de alarma ante los
peligros de una tecnología que, según Jonas,
aumentaba su propia autonomía y lograba una fuerza que resultaba sumamente
peligrosa para los ecosistemas y el ambiente en general.
Un punto clave de esa obra
consiste precisamente en el relieve dado a la responsabilidad humana. Lo que
realizamos con ayuda de la técnica no resulta indiferente, sino que tiene
consecuencias no solo en el agente o en otros seres humanos, sino en los
complejos equilibrios que permiten la necesaria continuidad de la vida en la
Tierra.
Además, Jonas
supo intuir los riesgos y límites de las diversas formas de utopía y de
exaltación del progreso, que olvidaban los riesgos propios de una tecnología
cada vez más potente y, por lo mismo, abierta a usos correctos o equivocados
cuyas consecuencias podrían ser irremediables.
Por eso, sintió la necesidad
de promover un serio trabajo orientado a la conservación del ambiente (gracias
al cual podemos vivir). Tal trabajo debería ser desarrollado en todos los
niveles, local, regional, estatal e, incluso, mundial.
Una motivación de fondo de
estas propuestas consistía en abrir el horizonte de nuestras decisiones del “hoy”
hacia lo que pudiera ser el “mañana”, en especial para que fuese posible
ofrecer a las generaciones futuras un mundo compatible con la vida en toda su
riqueza y complejidad.
Algunos podrían objetar que
las reflexiones de Jonas eran excesivamente
pesimistas, incluso que incurría en el catastrofismo. Pero Jonas
mismo respondería que está en juego algo tan serio que vale la pena promover un
cierto temor (lo que él llamaba una “eurística del
miedo”) para que el hombre se autolimite.
Otros señalarán que no hay
ninguna seguridad de que existan generaciones futuras. ¿Cómo podríamos tener
deberes hacia quienes no existen, y no sabemos si existirán? Jonas respondía que, aun sin tener la certeza de si habrá
en el futuro seres humanos, vale la pena esforzarnos por dejar abiertos espacios
a su posibilidad.
Hay un aspecto que merece una
atención más concreta: cuál sea el origen y el destino de los seres humanos. En
este punto, Jonas parecía colocarse en una
perspectiva de tipo evolucionista y con poco interés ante la pregunta de si tenemos
o no tenemos un alma espiritual y una relación única con un Dios creador.
Creo que este aspecto
constituye un punto mejorable en las propuestas de Jonas,
pues solo tiene sentido una visión ética y una bioética a favor del ambiente y
de las generaciones futuras cuando se reconoce la singularidad humana y su
condición de creatura espiritual, amada por Dios y destinada a una vida eterna
tras la muerte.
Reconocer tal singularidad,
según mi parecer, refuerza aún más las propuestas de Jonas
a favor del cuidado del ambiente y de la atención que debemos prestar a las
generaciones futuras, como han expuesto en los últimos años varios papas, por ejemplo Juan Pablo II, Benedicto XVI y, sobre todo,
Francisco, con su encíclica Laudato si'.
En las propuestas de Hans Jonas podemos reconocer que sigue siendo una voz importante
en las reflexiones humanas a favor del respeto del ambiente, por haber
subrayado la necesidad de una buena ética para controlar y usar adecuadamente
la tecnología, en vistas a permitir que la vida siga adelante en este mundo en
el que ahora vivimos, en camino hacia la patria eterna donde esperamos
encontrarnos, ya para siempre, con el Dios Creador y Padre de todos los
vivientes.