Sin electricidad
P. Fernando Pascual
15-9-2023
Desde muy temprano, no llega
la corriente. ¿Qué habrá pasado?
Pasan los minutos, las horas,
y seguimos sin electricidad.
Sabemos que el agua, la luz,
la nevera, el microondas, el cargador del móvil, y tantos otros objetos
dependen de que la electricidad llegue puntualmente a casa.
Pero cuando no llega,
percibimos vivamente su importancia. No podemos encender la lámpara, no podemos
lavar ropa, no hay agua corriente para limpiarse bien las manos...
¿Qué hacemos? No es posible
usar un ventilador si estamos en verano. No funciona un radiador si estamos en
invierno.
Incluso la omnipresente
televisión está callada: los minutos y las horas pasan a un ritmo diferente.
Cuando, por fin, llega la luz,
sentimos un gran alivio: la vida vuelve a la normalidad. Podemos hacer de nuevo
lo que hacemos cada día.
Unas horas (ojalá no sean unos
días: se estropearía la comida en el refrigerador) sin electricidad pueden
convertirse en un momento para reconocer el importante trabajo de quienes han
planeado y puesto en marcha enormes sistemas para que la gente tenga esa
imprescindible ayuda.
También pueden ser una ocasión
para darnos cuenta de lo frágil que es todo lo humano. Basta con imaginar cómo
nos resultaría muy difícil vivir con el móvil descargado...
La pantalla está encendida. El
ventilador vuelve a girar. La nevera nos ofrecerá unas botellas frías.
Vale la pena no acostumbrarnos
a esa ayuda humilde, cotidiana, que tanto necesitamos en nuestro mundo: esa
electricidad, que es uno, entre otros muchos, de los dones de Dios; y que es
también el resultado del esfuerzo y del ingenio del hombre...