Entre la plenitud y el exilio
P. Fernando Pascual
31-8-2023
En su famoso libro La era
secular, Charles Taylor enumera tres situaciones humanas que describen
nuestras existencias.
La primera sería la situación
de plenitud. La segunda, la situación de exilio. Y la tercera, una especie de
estado intermedio entre la plenitud y el exilio.
La plenitud resulta difícil de
explicar, en parte porque depende de una cantidad enorme de factores, en parte
porque existen ideas muy diferentes de lo que pueda ser la plenitud en general
o para cada persona concreta según su modo de pensar.
Hay quien ve como plenitud un
triunfo laboral, o unas vacaciones en lugares paradisíacos, o ganar la lotería,
o la victoria del propio equipo de fútbol.
El exilio se contrapone a la
plenitud. Consiste en aquella situación o estado que implica “perder” la
plenitud, o vivir afectado seriamente por dolores físicos o mentales que
impiden una vida realizada.
El estado intermedio expresa,
en cierto modo, la situación de la gran mayoría de los seres humanos: una
existencia vivida en camino hacia la plenitud (que mantiene su atractivo como
esperanza), y en fuga respecto del exilio, visto como una amenaza que pone en
riesgo aquello que uno experimenta ahora de modo más o menos estable.
Taylor añadía diversos matices
al presentar estas ideas que ahora no es el caso de comentar. Lo que sí resulta
oportuno es evidenciar cómo esta tesis ayuda a ilustrar aspectos propios de la
vida cristiana.
Basta con recordar la tensión
entre el exilio en Egipto y el camino hacia la Tierra prometida para comprender
esos tres estados. El pueblo de Israel, que avanza lentamente en el desierto,
experimenta una situación intermedia, entre la huida de Egipto (Egipto
representa el exilio) y el anhelo por alcanzar el territorio de la promesa, que
mana leche y miel, que es el gran regalo que ofrece Dios y que se convierte en
plenitud.
El cristiano vive también en
esa tensión entre el mal que nos aleja de la meta (el pecado y sus
consecuencias), y la meta futura que Cristo nos promete y nos permite alcanzar
con su Pasión, Muerte y Resurrección.
Los cristianos podemos
experimentar momentos provisionales y contingentes de plenitud, pero siempre
con la conciencia de que no tenemos aquí ninguna ciudad permanente (cf. Heb 13,14), de que estamos continuamente en peligro
de volver a una especie de exilio y de derrota.
Lo importante consiste en
reconocer cómo nuestro deseo de plenitud se orienta hacia la ciudad futura, la
Jerusalén celestial, que es nuestra patria.
A esa patria definitiva y
feliz podemos llegar gracias a Jesús, el verdadero y único Mediador de la nueva
Alianza, el que nos acompaña y guía en este tiempo intermedio de nuestro
continuo caminar, mientras salimos de las sombras del exilio para acercarnos a
la plenitud de la luz (cf. Heb 12,22-24; Mt
4,16).