Compartir las penas
P. Fernando Pascual
12-8-2023
Hay quienes llevan un luto,
una enfermedad, un fracaso en familia, en silencio, sin compartir sus penas.
A veces uno no quiere
entristecer a otros, o prefiere vivir su tristeza en soledad, como si se tratase
de algo que no interesaría a familiares o amigos.
En realidad, es hermoso poder
compartir las penas, encontrar corazones atentos para acoger a quien sufre y
para darle apoyo y consuelo.
Si resulta bello encontrar
escucha y cercanía en otros, también es bello saber acercarse a quien sufre
para que al menos sepa que estamos disponibles.
Puede ser que alguien no desee
abrirse, ni recibir consuelo, ni compartir lo que vive. Pero al menos se le
ofrece una puerta abierta a la escucha para cuando lo desee.
En el mundo de prisas y de
mensajes continuos que nos ha tocado vivir, nos alivia el alma saber participar
en las penas de personas cercanas, conocidas, necesitadas muchas veces de un
poco de escucha.
Luego, cada uno sigue su
camino de curación interior. Hay quienes pronto asimilan la situación que han
experimentado y reencuentran fuerzas para levantarse y seguir adelante.
Otros necesitan más tiempo y,
por lo mismo, más acogida y espera. Al menos, saber que cuentan con verdaderos
amigos dispuestos a escucharlos puede ser un primer paso hacia la sanación.
El gran Amigo, el que siempre
tiene su Corazón dispuesto a escucharnos, es Dios. Solo Dios sabe consolar.
Solo Dios llega hasta las penas más íntimas. Solo Dios da fortaleza en medio de
las pruebas.
Consolados por Dios, podemos
luego aprender a consolar a otros (cf. 2Cor 1,3-4). Entonces las penas
se aligeran, aumenta la esperanza, y experimentamos lo hermoso que es aprender
a dar y a recibir cariño entre quienes más lo necesitan.