El escándalo del mal
P. Fernando Pascual
15-7-2023
Hay hechos que provocan un
terremoto interior, una pena profunda, un daño que resulta casi imposible de
curar.
La muerte de un hijo o de un
ser querido, el inicio de una guerra, el tornado que destruye en segundos todo
un barrio, la enfermedad que avanza inexorablemente.
El corazón experimenta una
pena desgarradora. Si soy yo quien sufre, porque no resulta fácil explicar por
qué me ha “tocado” esta desgracia. Si son otros, especialmente seres queridos,
porque no soportamos su dolor.
Surge entonces el escándalo
del mal, tal vez la rabia, o la resignación amarga ante lo que no podemos
cambiar.
En ocasiones, buscamos
responsables para lanzar acusaciones que pudieran ser algo más que un desahogo:
queremos justicia, queremos reparaciones.
La mirada también se dirige
hacia Dios. En el pasado y el presente surgen las preguntas: ¿por qué Dios no
interviene? ¿Por qué no impide ciertos males? ¿Por qué no cura a enfermos y
devuelve la justicia a las víctimas de los criminales?
Ese tipo de preguntas han
llevado a algunos al ateísmo, como si el dolor pudiera llegar a ser más
comprensible si se “eliminase” del horizonte la existencia de un Dios que
resulta incompatible con el mal.
El ateísmo, sin embargo, no
soluciona nada. Al contrario, hace más radicales y difíciles las situaciones de
sufrimiento, sobre todo de los niños y los inocentes.
Porque negar que Dios exista
implica aceptar que nunca habrá justicia ni consuelo pleno para millones de seres
humanos que han sufrido y sufren en sus cuerpos y en sus corazones.
Pero admitir a Dios tampoco es
sencillo, pues resulta sumamente difícil comprender cómo un Dios bueno no
detiene la mano del verdugo, no sana al niño que sufre durante meses, no garantiza
la posibilidad de un verdadero perdón.
El mal, en la historia humana,
es uno de los escándalos más difíciles de comprender. Quizá solo nos queda
descubrir que el mismo Dios hecho Hombre, Jesús de Nazaret, aceptó sobre sí el
mal hasta destruirlo con su confianza completa en el Padre. La victoria brilla
entonces en la mañana de Pascua...