La infelicidad de los
dictadores
P. Fernando Pascual
6-6-2023
Para muchas personas de la
Antigua Grecia, y quizá también para no pocas personas en nuestro tiempo, un
dictador que hace lo que quiere sería feliz. Más feliz todavía si nunca le detienen
en sus delitos, si escapa de cualquier posible castigo.
La idea ha quedado plasmada en
las discusiones que Platón presenta en un diálogo titulado Gorgias. Uno
de los protagonistas, Polo, considera que la mayor felicidad consiste en
realizar lo que uno quiere, y eso es lo que consiguen tiranos como el
tristemente famoso Arquelao.
Sócrates, por el contrario,
defiende que hacer injusticia va contra la verdadera felicidad. Para ello,
intenta demostrar que el injusto se engaña si cree que hace lo que le da la
gana gracias a su poder, cuando toda injusticia implica un mal, no solo para
quienes la sufren, sino también (sobre todo) para quien la comete.
Los argumentos que ofrece
Platón en el Gorgias pueden parecer más o menos válidos, pero tocan
aspectos centrales a la hora de orientarnos en la vida. En el fondo, se trata
de responder a estas preguntas: ¿vale la pena ser honestos? ¿Qué pierden los
que viven injustamente? ¿Qué ganan los que viven según justicia?
Una mentalidad que se
considera “pragmática” o “realista”, dirá que la injusticia merece ser
condenada, pero que muchos hombres injustos parecen haber alcanzado una
felicidad envidiable si escapan de cualquier castigo. En cierto sentido, Polo,
en el texto platónico, llega a decir que todos piensan de esa manera.
Pero si quienes comenten
injusticia, como los criminales, ladrones, estafadores, usureros, esclavistas,
dictadores, dañan su propia dignidad, al mismo tiempo que provocan daños en las
víctimas, entonces no pueden ser realmente felices.
De ahí se sigue la otra tesis
que Sócrates defiende en el Gorgias: si la injusticia fuese un mal
sumamente dañino, habría que desear ser “curados” del mismo a través de un
castigo adecuado.
Es natural que esta segunda
tesis encuentre una enorme resistencia en quienes son injustos, y en mucha
gente que ve los castigos como un mal, como un obstáculo para la felicidad.
Sin embargo, si un castigo
adecuado permite “curar” al malvado, al llevarlo a expiar sus culpas y a
reparar a quienes han sido víctimas de sus injusticias, entonces ese castigo se
convertiría en un auténtico camino de purificación personal.
La historia narra castigos
ejemplares que han neutralizado a muchos delincuentes. Pero también nos
presenta biografías de quienes, tras cometer graves injusticias, parecen haber
gozado de una vida llena de placeres. Incluso en nuestros días algún dictador
despiadado recibe aplausos y reconocimientos de miles de personas.
Ello, sin embargo, no es
suficiente para decir que la injusticia permite alcanzar una vida feliz, cuando
nunca habrá verdadera felicidad en quienes pactan con el pecado y la
prepotencia.
Por eso, como suponían autores
del mundo griego, entre ellos el mismo Platón, y como han reconocido tantos
hombres y mujeres de todas las épocas, quienes no han sido castigados en esta
vida por sus graves injusticias, tendrán que pagar por ellas en una vida tras
la muerte.
Eso es lo que leemos al final
del Gorgias de Platón, en un mito que encontramos recogido también en
una encíclica del Papa Benedicto XVI titulada Spe
salvi (n. 44).
Piensen lo que piensen Polo y
tantos hombres y mujeres que creen que es posible la felicidad en la
injusticia, la realidad es que todo dictador que no se arrepienta será siempre
infeliz.
Como también hay que añadir,
como fuente de esperanza, que quienes buscan vivir según la justicia, y saben
pedir perdón cuando no la han sabido aplicar en momentos concretos de sus
vidas, abren un horizonte de esperanza, desde la confianza en un Dios justo que
bendice, con la felicidad eterna, a quienes han buscado actuar según la verdad,
la justicia y el amor.