Castigos para curar males del
alma
P. Fernando Pascual
19-6-2023
Sócrates, tal como aparece en
un diálogo escrito por Platón, estaba convencido de que un castigo adecuado
ayuda a curar uno de los mayores males del alma: la injusticia.
Para ello, recurría al
paralelismo con la medicina. Como el enfermo busca al médico y acepta terapias,
a veces dolorosas, con la esperanza de ser curado en el cuerpo, así quien
comete injusticia, para salir de su mal interior, necesita castigos que le
ayuden a curar el alma.
Además, insistía Sócrates, el
castigo de los jueces, cuando es adecuado (cuando es un “castigo justo”), tiene
mayor importancia que la curación del cuerpo, pues para cada persona resulta
mucho más grave cometer injusticia que enfermarse.
Por ello, Sócrates creía que
el castigo es beneficioso, pues el castigo “modera a los hombres, los hace más
justos y viene a ser como la medicina de la maldad” (Platón, Gorgias
478d).
Desde luego, es mejor evitar
la enfermedad que tener que ir al médico. Igualmente, es mucho mejor no cometer
injusticias que tener que recibir un castigo por parte de los jueces, como
recuerda Sócrates en el texto antes citado.
Pero si uno comete injusticia,
según Sócrates, necesita cuanto antes pedir su “medicina”, su castigo. Por
ello, si es consciente de la gravedad de su situación interior, deseará ser
reprendido y castigado para curar el mal de su alma.
De este modo, según el texto
antes citado, cuando uno comete injusticia, “es preciso que vaya por propia
voluntad allí donde lo más rápidamente satisfaga su culpa ante el juez, como
iría ante el médico” (Platón, Gorgias 480a).
Resulta fácil intuir cómo
muchos hombres reaccionarían hoy de modo semejante a como lo hicieron ante
estas afirmaciones provocativas de Sócrates: con desprecio, con insultos,
incluso con palabras fuertes de condena ante afirmaciones que eran vistas como
irreales y absurdas.
Sin embargo, si lo más
importante es la propia integridad ética, si vivir en la justicia es mucho más
precioso que la salud, el razonamiento de Sócrates conserva una actualidad
sorprendente.
En cierto sentido, las
reflexiones socráticas nos recuerdan una enseñanza fundamental del Evangelio:
no sirve para nada ganar el mundo si uno mismo se pierde, si daña su alma (cf. Lc 9,25).
Como también nos recuerdan
otra famosa frase de Cristo “No necesitan médico los que están fuertes, sino
los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc
2,17).
Ciertamente, el “castigo” que
ofrece Cristo resulta sorprendente, pues se trata de la misericordia... Pero la
misericordia no borra los daños que uno haya cometido ni el deber de pagar a la
justicia por aquellos actos que, además de ser pecado, constituyan delito en el
ámbito civil.
El castigo, así vivido, ayuda
a curar el alma del peor de los males, al reparar los daños provocados a
víctimas inocentes, al mismo tiempo que promueve en el culpable esa renovación
que permita amar la justicia y acoger la misericordia que salva.