Lo que significa nuestra
condición humana
P. Fernando Pascual
29-5-2023
Querer descubrir un hombre “químicamente
puro”, que no se ha “desgastado” mínimamente en su ser natural gracias a una
potente inmutabilidad marmórea, es como seguir en la pretensión de Diógenes el
cínico que buscaba con su lámpara al “hombre”.
Si el hombre existe, existe en
su acción, en su realizarse como alguien que actúa y que vive precisamente como
una realidad concreta. Lo típico de cualquier realidad (o “ente”, si se puede
usar un término de la filosofía antigua) es la actividad: ser es ser activo.
A su vez, ser activo significa
ser en el tiempo, en la realización temporal. Fuera del tiempo, en la seguridad
propia de un mundo ideal inmodificable, no se dan más que conjeturas, ya que
todas nuestras intuiciones lo son en el tiempo y con el tiempo.
Por eso, necesitamos partir,
cuando pensamos en la condición humana, desde el hombre histórico, concreto;
desde el hombre que se realiza en cada época, en cada circunstancia, en cada
momento.
Lo primero que salta a la
vista es que el hombre es un ser que es porque “se le hace ser”. Ninguno escoge
su existencia, ninguno escoge sus facciones, ni su carácter, ni las personas
con las que se va a desarrollar en un futuro.
Las nuevas posibilidades
técnicas, como las que surgen cuando se recurre a la fecundación “in vitro”,
quizá permitan a los padres escoger algunos rasgos de los hijos, pero ello se
busca a un precio muy alto: a través de actos despóticos que, además, no
consiguen una garantía completa “de calidad”.
El desarrollo después del
nacimiento también nos coloca en esta dependencia radical de los demás y del
entorno: gracias a la alimentación, al abrigo, al cariño, podemos sobrevivir; y
gracias a la educación (sobre todo mediante el aprendizaje de la lengua y de
las costumbres propias del grupo y de la época concreta en la que cada uno
vive) podemos alcanzar el mínimo necesario para relacionarnos con otros.
Somos, pues, “condicionados”
histórica y vitalmente. Pero, en segundo lugar, somos “relacionados”. Existir
significa, en un nivel biológico, mantener un complejo sistema de intercambios
con el exterior (respiración, alimentación), en favor de la permanencia del
propio “status” animal y humano.
En un nivel “extra-biológico” (podríamos llamarlo espiritual),
necesitamos comunicarnos a través de intercambios de contenidos gracias al
lenguaje. Más aún: muchas actividades biológicas nos son posibles precisamente
desde relaciones sociales y lingüísticas que nos permiten hacer intercambios en
el mercado, o trabajar en común.
Los ritos de iniciación en
tantas tribus no son más que la expresión de la necesidad de este insertarse
del individuo en su grupo concreto y según la época histórica en la que se
mueve.
En tercer lugar, el hombre,
cada hombre, tiene un “plus” que le permite y le posibilita transcender su
momento y sus circunstancias y actuar según algo que desborda lo que son los
condicionamientos del grupo y de la época en la que vive.
Ciertamente, este “transcender”
solo es posible si han quedado cubiertos los niveles elementales de
subsistencia y de relacionalidad, pero parece que hay
algo en los hombres insertados en sus culturas y en sus épocas que va más allá
de esa misma inserción.
¿Cómo se muestra esto? Porque
tenemos una voluntad libre que sigue a una inteligencia, y que puede abrir
nuevos horizontes insospechados para cada grupo humano desde decisiones concretas.
En resumen, el hombre es un
ser que se desarrolla mediante actos temporales según las posibilidades propias
de su momento histórico y cultural, pero siempre abierto a transcender los
condicionamientos que le vienen de los mismos elementos que le han posibilitado
en su hacerse hombre.
Recordarlo hoy resulta
especialmente urgente, ante tantas discusiones en torno al evolucionismo, a las
neurociencias, a la inteligencia artificial, que pueden oscurecer lo específico
humano: existir desde relaciones, al mismo tiempo que estamos abiertos a lo que
supera los límites del espacio y del tiempo...