Lo que parece bueno y no lo es

P. Fernando Pascual

22-5-2023

 

Todo lo que hacemos de modo inteligente y libre está orientado a conseguir algo visto como útil, provechoso, bueno, como ya habían explicado grandes filósofos del pasado, entre los que destacan Platón y Aristóteles.

 

Si seguimos una dieta, es porque esperamos mejorar la salud o la condición física. Si escuchamos una música, es porque deseamos descansar y gozar de una buena melodía.

 

Los problemas surgen cuando algo nos parece bueno y luego produce un daño, físico, psíquico o en las relaciones con personas que nos resultan importantes.

 

Así, a veces empezamos una dieta aconsejada por algún conocido o leída en Internet, y en pocas semanas nos sentimos más débiles y más vulnerables a enfermedades que antes no nos afectaban seriamente.

 

Lo que se aplica a opciones personales (la dieta, la música, el libro) vale también para decisiones de la familia, del grupo de trabajo, de la ciudad o del Estado.

 

La historia personal, esa que no sale en los libros, y la historia que narra la vida de personajes o de Estados, nos muestra cuántas decisiones que parecían acertadas terminaron con resultados dañinos y, en ocasiones, catastróficos.

 

Cuando constatamos que no todo lo que parece bueno lo es realmente, estamos en condiciones adecuadas para dedicar más atención a cada una de nuestras decisiones, a fin de evitar errores que pueden tener consecuencias más o menos dañinas.

 

Esa atención, en positivo, nos ayudará a orientarnos hacia lo que sea realmente bueno y provechoso, sea a nivel personal (salud física y espiritual), sea a nivel de la familia o de otros ámbitos de nuestras relaciones.

 

Lo importante, como nos recuerdan pensadores del pasado y del presente, es aprender a reflexionar con prudencia antes de elegir qué hacemos o qué dejamos de hacer, de forma que identifiquemos correctamente aquello que nos permita avanzar hacia fines buenos.

 

Sobre todo, la reflexión desde la prudencia nos ayudará a vivir con la mirada puesta en la meta que realmente puede llevar a plenitud los anhelos del corazón de cada ser humano: el encuentro pleno con Dios, ya en esta vida y, con la ayuda de ese mismo Dios, tras el momento definitivo de nuestra muerte.