Exceso de leyes
P. Fernando Pascual
15-5-2023
Las autoridades tienen, entre
otras, una tarea sumamente importante: elaborar leyes y normativas que sirvan
para promover el bien común.
Ocurre, sin embargo, que
algunas de esas leyes son equivocadas, o favorecen a algunos a costa de dañar a
otros, o son simplemente demasiadas.
En efecto: hay situaciones en
las que un exceso de leyes llega a asfixiar la vida de las personas y los
grupos.
Basta con tener presentes las
numerosas leyes y normativas sobre la seguridad en los edificios, sea para uso
habitacional, sea para actividades de grupo.
Quienes trabajan en la
edilicia tienen que respetar las reglamentaciones que han sido establecidas, y
no pocas veces perciben que seguir tantas normas parece casi imposible.
También a nivel particular las
personas se ven afectadas por un sinfín de normas y leyes: para pagar
impuestos, para revisar los cables de la casa, para recoger la basura, para los
tipos de líquidos que pueden usarse a la hora de limpiar la ducha...
Cuando se llega a un uso
excesivo de la ley, se provoca el efecto contrario al que la ley debería
orientarse: se daña la vida pública, se limitan las libertades hasta extremos
abusivos, se genera un sentido de opresión que impide poner en marcha proyectos
sanos.
Es cierto que el mundo
moderno, con sus tecnologías y su bienestar, tiene que ser regulado para evitar
riesgos a las personas, a los grupos, al ambiente. Pero también es cierto que
un abuso en las normativas genera daños, sobre todo cuando hace casi imposible
realizar los proyectos existenciales.
Por eso, a la hora de
establecer leyes y normativas, los gobernantes necesitan evaluar qué ámbitos de
la vida humana necesitan una buena reglamentación, y cuáles funcionan
eficazmente cuando se deja a las personas ese legítimo espacio de libertad con
el que puedan orientar sus vidas hacia lo bueno, lo bello y lo justo.