Lamentaciones
P. Fernando Pascual
15-5-2023
Hay lamentaciones porque
llueve mucho o porque llueve poco, porque hace frío o porque hace calor, porque
el gobierno no hace nada o porque hace demasiado.
Hay lamentaciones en las
familias y entre amigos, en el trabajo y en las vacaciones, en la prensa y en
las redes sociales.
Las lamentaciones surgen por
motivos diferentes: porque algo nos molesta, porque creemos que aquello era una
injusticia, o simplemente porque las cosas no salen como habíamos esperado.
Muchas lamentaciones son
estériles: no llevan a ningún lado. Algunas son dañinas: al lamentarnos con
otros, o al escuchar las lamentaciones de otros, se genera un descontento
interior, como si el mundo estuviera equivocado.
Hay lamentaciones que podrían
tener alguna utilidad, por ejemplo cuando ayudan como desahogo sano, o porque
nos permiten compartir las penas y esperar algún consuelo.
Pero una lamentación por
desahogo queda estéril si aumenta el malestar, si no abre horizontes de esperanza,
si no nos impulsa a emprender acciones para mejorar la situación.
El mundo está aturdido por
lamentaciones estériles, o por lamentaciones que se difunden en un vacío de
indiferencia que no ayuda a nadie y que da la sensación de que estamos sin amigos
verdaderos.
Ante las lamentaciones, sería
bueno preguntarnos: ¿cómo las manifiesto? ¿Qué busco al lamentarme? ¿Qué
obtengo? ¿Cómo reaccionó ante las lamentaciones que escucho de un familiar, de
un amigo, de un compañero de trabajo?
Tenemos en la Biblia un libro
de “Lamentaciones”. Expresa las penas y los dolores de un pueblo que busca su
consuelo en Dios, que pide ayuda, que necesita esperanza.
En esas lamentaciones,
semejantes a las que aparecen en muchos salmos, lo importante consiste en
recurrir a Dios, en abrirle nuestras penas, en tomar fuerzas para el camino.
Por eso, en los momentos de
dificultad, de prueba, de dolor, cuando las lamentaciones asoman en el propio
corazón, podemos pedir humildemente a Dios que nos ayude, que nos sostenga, que
nos llene de esperanza.
Podemos pedirle, sobre todo,
que nos conduzca a la conversión verdadera, para que le encontremos plenamente:
“¡Haznos volver a ti, Yahveh, y volveremos. Renueva nuestros días como
antaño...” (Lm 5,21).