Ante experiencias negativas

P. Fernando Pascual

8-5-2023

 

Era la primera vez que aquella persona donaba sangre. Ese día se encontró muy mal. Pensó que ya no volvería a hacerlo.

 

Acababa de recibir el carnet de conducir. En un cruce tuvo un accidente inesperado. No quiere seguir conduciendo.

 

Acudió a un dermatólogo para una infección crónica de la piel. La cita no resultó agradable por las prisas del médico. Decide no volver a visitarlo.

 

Ante las experiencias negativas, resulta normal una reacción de defensa: si al visitar a esa persona recibí malos tratos, ¿para qué volver a encontrarla?

 

Pero esa reacción puede ser desproporcionada, incluso dañina, para la vida de uno mismo y para la vida de otros.

 

Es cierto que donar sangre implica un sacrificio. La primera, o las primeras veces, puede haber un cansancio más notable. A pesar de ello, quienes rompen esa barrera inicial, saben lo hermoso que es “habituarse” a ese gesto de ayuda a otros.

 

En otras ocasiones, la experiencia negativa deja un mensaje bastante claro: conviene no acudir nuevamente a un médico que tiene poca competencia y menos paciencia.

 

Lo importante, ante las experiencias negativas que aparecen a lo largo del camino, es relativizar las que no deberían bloquearnos, y acoger (tras una serena reflexión) las que nos ayudan a reconocer que no estamos preparados para ciertas actividades.

 

En ocasiones, la experiencia negativa simplemente nos dice que ahora no es el momento para ese gesto bueno que desearíamos ofrecer como ayuda a otros. Quizá dentro de dos o tres años, uno puede volver a intentar una donación de sangre para ver si su cuerpo y su mente están mejor preparados.

 

La vida está llena de experiencias, algunas sanamente gratificantes, que nos animan a seguir adelante, otras dolorosas, que nos hacen difícil repetir ciertas acciones.

 

Por encima de lo que sintamos, lo único que importa es analizar y descubrir, en cada momento, qué acciones buenas están a nuestro alcance, para invertir la vida que hemos recibido de Dios en lo único que vale la pena: darnos por completo al amor a Él y al prójimo.