Ante hechos inesperados

P. Fernando Pascual

24-4-2023

 

Un apicultor le comenta a su amigo algunas historias de sus abejas. De repente, el apicultor le dice a su amigo: “¿por qué no vienes con tus hijos y te enseño las colmenas?”

 

El amigo duda al inicio. Luego comenta el asunto a su esposa. Al final deciden ir a ver las colmenas.

 

Ese día, una abeja pica a uno de los hijos y sufre una fuerte reacción alérgica. Lo salvan de urgencia en el hospital. El apicultor se siente culpable por haberles invitado...

 

Imaginemos la historia de otra manera. El amigo comenta en casa que conoce a un apicultor y que tiene 20 colmenas. Uno de los hijos propone a su padre ir a visitarlas.

 

El señor duda, la esposa también. Pero al final llaman al apicultor y le lanzan la idea. Ahora es el apicultor quien pone objeciones ante lo que pudiera pasar.

 

El señor insiste. El apicultor cede. Llega el día de visitar las colmenas. Una abeja pica al hijo, y se produce una reacción alérgica similar a la de la primera historia.

 

En esta segunda historia, seguramente serán los padres quienes se sientan en culpa: ¿por qué cedieron ante la petición del hijo? ¿Por qué no escucharon las objeciones del apicultor?

 

Podría haber más versiones: fue un maestro de la escuela el que organizó la visita al colmenar, o el niño por su cuenta se escapó para ver las abejas, o una abeja entró en la casa y el niño la provocó...

 

En la vida ocurren hechos inesperados, y muchas veces surgen sentimientos de culpa cuando la gente piensa que todo se habría evitado con un “no” y con más prudencia.

 

Pero por más precauciones que tomemos, se producen sorpresas desagradables (no olvidemos que también existen sorpresas maravillosas...) ante las que tenemos que reajustar muchas cosas en la propia agenda.

 

Ante los hechos inesperados, aprendemos a ser más prudentes, a sopesar bien los pros y los contras de cada opción, a preparar medidas que permitan afrontar emergencias previsibles.

 

No podremos controlarlo todo: cuando menos lo pensamos, un simple clavo en la carretera o una avispa mareada pueden hacer que la agenda salte por los aires.

 

Lo importante es asumir las responsabilidades, cuando existan, y evitar lamentaciones sobre culpas que no existen. Al mismo tiempo, necesitamos abrirnos al misterio de la providencia, desde la certeza de que existe un Dios cercano que nos ayuda a afrontar adecuadamente cada acontecimiento inesperado que se presente en el camino de la vida.