Aceptar los resultados de las elecciones

P. Fernando Pascual

24-4-2023

 

Ha ocurrido en el pasado y ocurre en nuestros días: tras unas elecciones, estallan protestas de quienes no aceptan los resultados promulgados por las autoridades.

 

Ello provoca un serio problema en las democracias basadas en votaciones, porque tales democracias deberían respetar, al menos en teoría, dos presupuestos importantes.

 

El primero, el más importante, consiste en garantizar un sistema de votación limpio, honesto, que refleje realmente lo que los votantes han elegido.

 

El segundo, también importante, consiste en que la gran mayoría de los participantes estén dispuestos a aceptar los resultados de las elecciones.

 

El segundo presupuesto supone el primero: si no hay garantías de que las elecciones sean limpias, es natural que surjan protestas y quejas que pueden llevar a una grave crisis política.

 

Por desgracia, el riesgo de fraudes y abusos en las elecciones crea una sombra que amenaza continuamente incluso a sistemas de votación muy sofisticados, en los que se usan papeletas electrónicas y sistemas de control, que no siempre “funcionan” de modo correcto.

 

Pero las quejas ante los resultados de unas elecciones a veces surgen desde la falta del segundo presupuesto: si los números no son satisfactorios para un partido, resulta fácil protestar, incluso suponiendo, sin fundamento, que se habría producido un fraude.

 

Los sistemas democráticos no pueden eludir una fragilidad que amenaza, en el fondo, cualquier estructura humana: la de los intereses y maniobras de quienes buscan imponer sus puntos de vista sin respetar la justicia ni el derecho.

 

Frente a esa fragilidad, se necesitan hombres y mujeres honestos y eficaces, capaces de promover sistemas de votación que alcancen, en la medida de lo posible, un buen nivel de control y así permitan que sea muy difícil cometer fraude.

 

Al mismo tiempo, la gente y los líderes políticos deben asumir el compromiso de respetar los resultados de las elecciones cuando han sido llevadas a cabo con un buen nivel de “seguridad” y control.

 

Solo entonces una democracia puede evitar el riesgo de protestas innecesarias ante los resultados electorales, y así conservar una buena convivencia entre quienes están llamados a promover en la sociedad el bien común y la justicia para todos.