La muerte de Benedicto XVI
P. Fernando Pascual
8-2-2023
El 31 de diciembre de 2022
fallecía, en el Monasterio Mater Ecclesiae (dentro
del Vaticano), Benedicto XVI. La noticia, en cierto sentido, no fue sorpresa,
por la frágil salud y la elevada edad del Papa emérito.
Sin embargo, la muerte de
quien ha sido Sucesor de Pedro siempre significa, para toda la Iglesia, un
momento particular. Permite, por un lado, considerar con más atención el legado
de las enseñanzas y gobierno de un papa. Por otro, permite avivar la esperanza
en la resurrección de la carne y la fe en la comunión de los santos.
Ya en el año 2013, tras la
renuncia al ministerio petrino de Benedicto XVI, hubo
numerosos análisis y reflexiones sobre su importante papel en la teología
católica y en la vida de la Iglesia católica. Su muerte ha avivado todavía más
el interés por el legado que Ratzinger habría ofrecido al pueblo de Dios.
En ese sentido, son de
especial ayuda dos libros-entrevista que permiten un buen acercamiento a la
biografía de Ratzinger antes del papado y tras la elección a la cátedra de
Pedro: La sal de la tierra (1996) y Luz del mundo (2010). Esos
volúmenes surgieron gracias a los diálogos con Peter Seewald,
periodista que luego publicó una biografía titulada Benedicto XVI. Una vida
(2020).
No es el caso de intentar un
resumen de las muchísimas aportaciones a la Iglesia y al mundo de Benedicto
XVI, que se consideró a sí mismo como «un simple y humilde trabajador de la
viña del Señor» (según las palabras que él mismo pronunció tras ser elegido
papa, el 19 de abril de 2005).
Quizá una breve mirada a su
testamento espiritual, escrito el 29 de agosto de 2006 y hecho público
inmediatamente tras su muerte, ilustran algo de su corazón de creyente y de
pastor.
En ese testamento, destaca con
viveza la dimensión de la gratitud. Benedicto XVI da gracias a Dios, a sus
padres, a su hermana y a su hermano, a sus amigos, a sus profesores y alumnos.
A continuación, se hace manifiesta su humildad, al pedir perdón a quien haya
podido agraviar.
Luego, brilla con fuerza una
invitación a conservar la fe y a evitar el riesgo de la confusión. Avisa, en
concreto, sobre los peligros que surgen al interpretar con filosofías
equivocadas algunos datos de la ciencia, así como lanza una voz de alarma ante
errores de propuestas teológicas que se apartan de la fe verdadera.
Es en esta parte de su
testamento encontramos un grito y una exhortación. Al inicio, el Papa escribe:
«¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!» Un poco más adelante
añade: «Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la
Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo».
El testamento espiritual
termina pidiendo perdón a Dios y pidiendo oraciones por su alma, como quien se
reconoce necesitado del auxilio divino y de la compañía de los hermanos en la
fe.
«Por último, pido
humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y
defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados,
van mis oraciones de todo corazón, día a día».
En Galilea, Cristo preguntó
por tres veces a Simón Pedro si le amaba, y por tres veces le pidió que
apacentara sus ovejas. Benedicto XVI, como sacerdote, como arzobispo, como
cardenal, como papa, y como papa emérito, dedicó su vida a esa tarea
encomendada por el Maestro.
La Iglesia entera lo ha
despedido, representada en la Plaza de San Pedro en los funerales que presidió
el Papa Francisco, con mucho amor y gratitud. Ahora podemos nuevamente seguir
en ese sano esfuerzo de profundizar en lo mucho que Ratzinger-Benedicto XVI ha
dejado para seguir en ese camino que surge desde el misterio de la Pascua y
culmina en la esperada Jerusalén celestial.